04 abril 2025

7. Relato de vida: Miguel Ángel Molina Palma a los 32 años (1996, Huelva)

Catedral de Huelva, a la derecha Facultad de Derecho



Relato de vida: Miguel Ángel Molina Palma a los 32 años (1996, Huelva)


Con 32 años, Miguel Ángel Molina Palma vivía en Huelva, inmerso en una etapa de intensa actividad personal, laboral, social y espiritual. Trabajaba en el Palacio de Justicia, donde junto a sus compañeros protestaba por las malas condiciones del edificio: sin aire acondicionado, con goteras, hacinamiento y sin ascensor. Esta situación le generaba malestar, pero también lo unía a una comunidad de trabajadores conscientes de su dignidad.

 

Ese año se matriculó en la carrera de Derecho en la Universidad de Huelva, lo que marcó una nueva apuesta por la formación y el crecimiento personal. Alternaba su jornada laboral con clases, estudios, congresos y encuentros culturales, como el importante Congreso sobre el Nuevo Código Penal celebrado en la Casa Colón. En paralelo, se esforzaba por mejorar su salud: iniciaba tratamientos para la alergia, dejaba el café, intentaba moderar el alcohol, se planteaba rutinas deportivas y probaba infusiones de ortiga para depurar su sangre.

 

El amor y las relaciones afectivas ocuparon gran parte de sus pensamientos. Salía con frecuencia por los bares de Huelva —el 1.900, el Escarlata, Cochabamba, El Ocho— donde conocía y conversaba con mujeres, a veces con interés romántico, otras buscando comprensión y complicidad. Reflexionaba intensamente sobre cómo acercarse, cómo no ser pesado, cómo dar señales de afecto sin forzar las cosas. En este proceso, se enfrentaba a desengaños, aprendizajes y momentos de ternura, como los vividos con María José o Ana María, camarera de la cafetería de la calle Miguel Redondo.

 

En sus cuadernos, volcaba sus emociones, sus dudas existenciales, sus luchas con la autoestima, su necesidad de claridad mental, y su deseo profundo de encontrar el equilibrio. Exploraba su espiritualidad y dejaba constancia escrita de cada gesto que le acercaba o alejaba de su centro. Leía a Alberoni, reflexionaba sobre Rita Hayworth, analizaba su infancia, sus heridas, y a veces, entraba en estados de introspección tan profundos que rozaban lo místico o lo confuso.

 

Viajaba con frecuencia: regresaba a su querido Melegís, visitaba a su familia, trabajaba en el cortijo, tomaba café en Los Naranjos, participaba en misas, ensayaba villancicos con el coro y se mantenía muy unido a sus raíces. También exploraba Galicia —Orense, Sanxenxo, Portonovo— donde encontraba paz y libertad en las playas, los paseos, el cine y las conversaciones nocturnas.

 

Su diario era su refugio. Allí Miguel Ángel debatía con sus propias sombras, con sus deseos, sus culpas, sus esperanzas. Se esforzaba por vivir con honestidad, aprender de los errores y perseguir una vida sencilla, pero llena de sentido.

 

Un día cualquiera de Miguel Ángel en 1996

 

Lunes. Huelva.

 

Miguel Ángel se despierta sobre las 8:00, a veces con la cabeza abotargada por alergias o insomnios. Se prepara una infusión de ortiga o manzanilla, desayuna con café con leche (cuando no está en proceso de dejarlo) y sale rumbo al Palacio de Justicia. En el trabajo, participa en las concentraciones de protesta por las malas condiciones del edificio, revisa expedientes, conversa con compañeros y cumple con su jornada administrativa.

 

Al salir, quizás pase por el 1.900 bar o por El Ocho, donde toma una copa y charla con algún amigo o conocida. Si está en época de cursillos, asiste al Forem(Escuela sindical) por las tardes o a la Facultad si hay clases. Algunos días se encuentra con chicas como María José o Gloria, con quienes intenta entablar algo más que una conversación.

 

Cena algo ligero, a veces lee un libro de Derecho o uno de espiritualidad. Escribe en su diario: una reflexión sobre el día, un balance emocional, una corrección de lo dicho o hecho. Si ha bebido más de la cuenta, se reprende, se promete moderación. Si ha conocido a alguien, analiza los gestos, las palabras, se pregunta si habrá conexión.

 

A veces, simplemente pasea, va al cine, o se queda en casa leyendo o escuchando música. Cierra el día con una oración o con una meditación introspectiva. Y al final, duerme, quizás soñando con esa mujer sencilla que aún no ha encontrado, pero que sigue buscando.

 


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