Cuando nacemos anhelamos una vida llena de triunfos, de felicidad, de refrescantes sensaciones y de vivas emociones.
Cuando hemos sido niños muchas veces hemos pensado: ¿Qué será de nuestras vidas? Imaginamos innumerables fantasías en nuestros tempranos años, inmersos en la ilusión de la alegre infancia que nos desborda de alegría. Somos tan cándidos e ingenuos, tan blandos y frágiles, que si pudiéramos tener la capacidad de trascender el tiempo y, nos enfrentáramos cara a cara con nuestra propia vida, cuarenta años más tarde, posiblemente diríamos: No nos reconocemos, somos un fraude del tiempo, nuestra existencia como personas no refleja nuestros deseos, somos seres endurecidos por las vejaciones que hemos sufrido a lo largo de nuestro ajetreado camino.
Fijas tu mirada, mujer, en tus tiernos años y no te identificas ante anta ternura, te desbordas como en un túnel de admiración que disipa toda oscuridad que te ha ido avasallando en la confrontación de la dura realidad. Sin embargo, si la niña te mirara, sentiría tristeza de ver que sus aspiraciones engendraron en la melancolía del desencanto.
Era pequeño y vi el mundo brillar tras mi velo de ficción, transcurrió el tiempo, llegó la pubertad y empecé a sentir mi cuerpo pesado, mis ánimos decaídos, un telón oscuro cerraba mis pasos. Todos mis sueños se apagaron mientras la ramificación de mis nervios crecía, tuve que encender una vela para vislumbrar un pequeño sendero. En medio de tan denso bosque orienté mi brújula hacia el norte. Y andar, y andar, y andar como aquél que se siente preso de un destino que no ha elegido y, no obstante, le pesa como único camino.
Encanecida mujer que miras tu infancia y sientes pena de aquella bella niña, que ha llegado a ser una melancólica nostalgia de tu azarosa travesía, no esperes que ella te mire, pues no te distingue como su propia creación en un tiempo venidero. Tú, no dejas de clavar tus ojos en sus pupilas, ella contempla el horizonte envuelta en un halo de inocencia.
Jovencita, se te ha concedido la gracia, de separar tu niñez del resto de tu deambular, por una grácil cortina que te hace recoger esperanzas, que son como la semilla que hará germinar el fruto a la resistencia de las desiertas lagunas, a las que todo ser humano está expuesto.
En esa inocencia vive y sueña, porque la vieja mujer que te mira no es tu dueña, ni te enseña, que la mirada limpia hacia un futuro de inmensas posibilidades, te hace gozar de la infancia, y llenarte de alegría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario