(Recreación prehistórica)
Por Miguel
Angel Molina Palma
(El siglo XIV a. C., en pleno
corazón de la Edad del Bronce Medio, cuando las primeras formas de vida
comunitaria más estables empiezan a dejar huellas profundas en el paisaje. En
este tiempo, el Valle de Lecrín no era todavía un pueblo ni una comarca, pero
sí un lugar reconocido y sagrado por quienes lo transitaban. El entorno aún
virgen era ya tierra de paso, de reunión y de memoria.
Aquí, la espiritualidad se funde
con la vida cotidiana: toda piedra, planta, fuego o animal puede ser símbolo,
señal o guía. Las herramientas son de hueso, piedra o bronce tosco; los ritos,
orales; la arquitectura, efímera y ritual. Pero la conexión con la tierra es
total, y en eso, el valle ya era especial).
“El silencio que germina”
Valle de Lecrín, año 1348 a. C. – Edad del Bronce
Medio
En un claro entre los árboles,
donde las piedras dibujaban un arco natural, vivía Terna, una mujer que no
decía su nombre, pero escuchaba todos los del viento. Era la última de un linaje
de cuidadores del claro, encargados de proteger las semillas sagradas.
Las semillas no eran solo
alimento: eran palabras que aún no se habían dicho. Venían envueltas en
corteza, enterradas en pequeñas urnas de barro cocido y tapadas con ceniza y
cantos. Solo se abrían cuando el cielo lo pedía. Terna sabía leer las nubes,
los cantos de las ranas, y los sueños de las mujeres preñadas.
Ese año, el cielo estaba seco.
Las cabras no parían. El musgo se encogía. Pero Terna no tenía miedo. Cada
noche salía al claro y encendía tres fuegos pequeños, uno por cada luna de la
estación. Hablaba bajito, tocaba la tierra con las palmas, y dejaba trozos de
pan seco en forma de espiral.
Una mañana, cuando el rocío
cubría las piedras como escarcha de plata, una niña del clan encontró una de
las urnas abiertas sola. Dentro, las semillas habían germinado sin haber sido
sembradas. Eran tallos diminutos, verdes, frágiles, pero vivos.
—El valle ha hablado —dijo
Terna—. En su silencio, ha sembrado.
Desde entonces, cada año se deja
una parte del campo sin arar, como homenaje al silencio que germina solo. Y
aunque los siglos pasarán, en ese gesto callado ya late el alma de Melegís.
Ilustración:
El Valle de Lecrín en el siglo
XIV a. C., con Terna en el claro del bosque, rodeada de fuego, semillas y
silencio sagrado.