Pregón de las Fiestas Patronales en Honor de San Antonio de Padua, pronunciado por Enrique Radial.
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Enrique Padial |
Encontrarse entre vosotros y con vosotros, participando, como uno más, del júbilo de estos días de fiesta, es para mí motivo de hondo regocijo; pero si, además, mi estancia en Melegís es para pregonar las Fiestas Mayores en honor de San Antonio de Padua, ése regocijo mío se convierte en un vivo e imperecedero recuerdo grato de todo lo vivido en aras de vuestra ejemplar y generosísima hospitalidad.
Año tras año, cada vez que llega el trece de junio, la exuberante belleza de vuestros campos y labrantíos parece descansar del parto de sus frutos bermellones, mientras que, con esa paciente complacencia que dios pone sobre el verde tapiz de naranjales, comienzan a cuajar los azahares. ¡Ahí los tenemos, perfumados y oferentes, cuajando sus promesas de zumo densos, mientras llega el tiempo de una calma y sosiego fugaces como recompensa a tanto trabajo y desvelo; por eso, estas fiestas obligan y exigen tener multiplicada la alegría.
Y a recordaros, algo tan innecesario, como que esa alegría ha de ser imperativamente desbordante, he venido yo, puesto que no existe para un hombre mayor motivo de contento que ver felices sus semejantes. Yo sé y doy fe de ello, que vosotros, para el trabajo y las fiestas os pintáis solos y que, incluso, las fiestas de Restábal, las hacen las gentes de Melegís.
Desde hace unos días, las casas huelen a fiesta importante, que es el olor templado, acanelado y dulce de los exquisitos roscos y pestiños… Y si no, que lo diga María la de Andrés, que salió al encuentro de los mayordomos y mío, rebosante de alegría y envuelta en un aroma a sartén de lujo, mientras contemplábamos, en pleno barrio de San Antonio la delicada belleza del entorno que rodea la hornacina de nuestro Santo Patrón que ella se ocupa de cuidar.
Si altar mayor de vuestras relimpias y apacibles calles, era la calle sin salida o placeta en la que conocí la simpatía de María González, altar mayor del agua y los geranios se me hizo ese Cristo del Paño que llamáis “El Señor de la Fuente”,… ¡Cuanta devoción por enaltecer el pasado donde tantas madres, abuelas y tatarabuelas lavaron…! Amor y cultura se llama lo que he visto, mientras que, bajo mis pies, corría la música del agua hecha rumor oculto.
Este lugar, verdadera Puerta Real de España camino de cualquier parte, es un lugar idílico bendecido por Dios…; por eso, vosotros, a Él le rezáis cantando, toreando al alimón el rezo, hombres y mujeres, cuando en octubre llega la Virgen del Rosario.
“En Zaragoza fue aparecida
La mejor rosa de Alejandría…”
“Fue concebida
Pura y sin mancha
Ave María
Pura y en gracia…”
…Y yo, en la calma de una tarde cualquiera de esta primavera que agoniza, paseé vuestras calles en busca de la razón de ser de toda la singular dignidad que lleváis en el alma como título de honor, de gloria y de distinción… Calle del Alamillo…; calle Fresca…; calle de San Antonio… Tantas y tantas calles más de evocadores nombres sonoros e intimistas… y la Plaza del Ayuntamiento, como la hornacina a la Santísima Trinidad, ante la que, arracimados, entonáis cantando la Salve de Melegís…
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Calle Barrio Hondillo |
Calles, casas, placetas y tapias, por las que se derraman los naranjos y limoneros para que la alegría, la paz de Dios tan bien sudada y ganada y el silencio, se afinquen en los más recónditos dobleces de nuestras almas…
Bien sabéis, que en Río de Janeiro, se levanta el monumento al Sagrado Corazón sobre la enorme roca que denominan “El Pan de Azúcar…; Pan de Azúcar…, cuando aquí tenemos “El santo de la Era”,un Sagrado Corazón de Jesús con un panal dentro rebosante de miel… ¿No es acaso, la perfección y laboriosidad de la colmena, el testimonio de vuestro trabajo?...; oír eso,… porque lo tenéis ganado a pulso, de generación en generación, es por lo que “El Señor de la Era” está sin brazos… al tenerlos gastados de tanto bendeciros.
Antes de continuar, quiero felicitar a las Antonias y los Antonios, en particular al Tío Antonio “El Sano”, quién con su casi siglo a cuestas, me hablaba de las jumeras del tío Charoles, del Tío Nicolas, del Chatito y del Tío Jeromo…; corrían los tiempos cuando las cosas eran más llanas y había en Melegís hasta una docena de tabernas: La de Maroto, el Tit, Barbero, Serafinillo, El Mixto, Pepillo, El Rata, El Merino… y la del Faraón… Tabernas para que corriera el vino y la alegría; para que Jeromo, subido en una silla, fuera echando sermones al estilo y manera de los predicadores de entonces, mientras se bailaban pasodobles delante de la Iglesia…, y algunos se escapaban con su buena moza a las entonces tranquilas oscuridades de la carretera.
Tiempos aquellos de jornales, cuando Antonio El Sano era un niño, de tres reales y hasta de cuatro reales, que no daban más que para comprar, cuando llegaban las fiestas unas agobías de esparto con las que poder presumir…
Y estos hombres, honrados, trabajadores y hospitalarios, abrían de par en par, las puertas de sus casas, para alojar a los músicos que venían del Padul para San Antonio, dispuestos a dar buena cuenta de la garrafa de vino que se ponía donde tocaban.
… Y en aquellos tiempos de jornales de miseria, de sudor bien sudado y sacrificios sin cuento, siempre estaba el bueno de Jeromo son su jumera encima, cantando el Rosario, mientras Paquillo el Rubio tocaba el tambor. Y así, entre trabajos de sol a sol, en espera de que tocara la campana para ir a comer, llegó un día más reciente La Virgen de Fátima, blanca de manto, revoloteos de palomas, purezas y azahares… fue cuando alguien, echándose una sabana por la cabeza trató de asustar a Pepillo el de la Molinera, que se encontraba pelando la pava con la que habría de ser su mujer… ¡¡Que sobresalto ante la presencia del fantasma… y entonces fue cuando apareció la pura inocencia de la novia que gritó:
¡¡Pepe!!... ¡Sal; ven a ver a la Virgen…! ¡ Ven! ¡Pepe…!! Que la Virgen se ha escapao y va por la Vega…!!.
Amigos míos…: qué se puede decir de un pueblo que tiene un panal lleno de miel junto al corazón amantísimo y misericordioso del Señor de la Era?
¿Qué se puede sentir, cuando se contempla el lavadero de la Calle de la Fuente, hecho altar de aguas cristalinas, poza para los chaveas, y patio de la mejor Andalucía para orgullo de los geranios?
¿Qué se puede sonar en un Valle, elegido por un Sultán de Granada, -Mulhey Hacén- para vivir con el amor de sus amores reales –Zoraida- sobre este océano de verdes y espumas de azahares?
¿Qué se puede contar, que sea creíble, de este centro del centro del corazón del Valle de Lecrín, que es Melegís?...
Aquí todo se hace hospitalario, íntimo, descomunal y armónico para que en todas las primaveras, las nieves de la Sierra sientan celos de estas otras nieves perfumadas que son los azahares de este Valle, tan turgentes y gallardos que no parecen más, al caminante, que están puestos para coronar a todas las novias del planeta.
Verde-Lecrín, es un verde denso, amotinado y brillante, un verde que se convierte en feria, cada vez que se engalana con la redonda luminosidad de sus jugosos frutos, esos que parecen farolillos de verbena para que todas las diosas paganas del mar Mediterráneo dancen al compás de la flauta de algún sátiro burlón.
Verdes blancos, impolutos, bermellones y cadmios… que yo traduzco por esperanza, pureza, pasión y alegría. Estos son los colores de esta tierra singular e íntima. ¿Puede alguien imaginar bandera más hermosa?... Y si algún osado caminante decide – atraído por semejante esplendor – hollar la tierra de estos campos, se sorprenderá al encontrar en el más insignificante claro, un sembrado de turgente perejil; unos surcos en las besanas con hortalizas cuidadas con alma de morisco y manos de palierto, que son las manos firmes, decididas y trabajadoras de los labradores, que en todos los otoños, sujetan los varales del palio de la Virgen de las Angustias, en esa época en que los membrillos se enorgullecen del sol que han podido hurtar a los naranjos.
Me imagino, siento y presiento que, vivir en este Valle, es vivir en el Salón Real del Edén. Aquí las gentes parecen caminar sin prisa, con el sosiego propio de los que saben que tienen jerarquía, por eso aquí los ojos tienen la vista larga, esa vista propia de los vigías y centinelas, que viven esmerándose en conocer de lejos las intenciones del forastero que se acerca cómo modo de salvaguardar todas las puertas de este paraíso abierto a mares y montañas.
Yo le puse el nombre de “Lecrín” a muchas cosas mías: a cuadros, a un caballo blanco, a más cuadros, a la mirada de una mujer y a todo lo que huele a azahar y hierbabuena; - a jazmín y naranja; a celindas y limoneros. Por eso, cuando en Madrid, la melancolía de los otoños hace que mi alma y voluntad vuelen a Granada, siempre me llega en la distancia el doméstico tufillo de alguna chimenea encendida, la paz de estos atardeceres incalificables, y el dulce aroma del pan de higo y de la carne de membrillo que puedan estar preparándose en las entrañables y cálidas cocinas de estas casas, mientras algún gatillo glotón se relame el bigote con la pulcritud habitual de los felinos.
¡¡Ay, Señor!!; lo único malo en este paraíso, es que, año tras año, los sudores de la naranja se pagan malamente. ¿Tanto trabajo y gasto para esto?... Y en esta frase se encierra toda la razón de la esperanza vuestra. Porque, mantener este vergel, es mantener un Lugo que luego nadie paga; por eso sea mi gratitud para vosotros, el mejor florón de mi admiración y mi cariño.
No quiero dejar de deciros que de niño, en mi granadina casa del barrio de la Virgen de las Angustias había muchos santícos. Algunos, protegidos por sus respectivos fanales de cristal y, otros, por unas artesanales y graciosas hornacinas de madera. En uno y otro caso, todos se encontraban rodeados por domésticos jardincillos de pequeñas flores de tela – preciosas como todo lo diminuto- , y hechas con el primoroso gusto que las manos de las mujeres saben imprimir a sus devociones. En aquellas flores había manos de abuelas y bisabuelas.
Entre aquellas imágenes policromadas de madera, mi sensibilidad e inocencia infantil volcaba su predilección por unos Sanantonios, - Sanantoñicos, los llamaba yo-, tiernos, cándidos, bonicos y habituales; que habitual, es lo que viene de hábito y hábito de muy diversas estameñas vestían aquellos que, desde las alturas de las cómodas y consolas, lo presidían todo. A uno de ellos, le faltaba el Niño, razón por la que mostraba En su mano izquierda un agujero; de otro, que tenía en la misma mano su Niñito Jesús, mi abuela decía: “Que ese niño no era el suyo”, y, el último Sanantoñico, parecía presumir del infante que sostenía vestido con traje blanco de seda repleto de bordados y pequeñas perlitas falsas.
Estos San Antoñicos de mi infancia – excepción hecha del último de los mencionados- , según me contaba mi madre, habían paseado los parrales del Valle de Lecrín colgados de la peana boca abajo. Y delante del que se pasó la vida en mi casa esperando ver aparecer a su Niñito, mi madre me dormía meciéndome y cantando, con la cadencia que cualquiera puede recordar, cuando quedaba acurrucado en el regazo y cantando, con la cadencia que cualquiera puede recordar, cuando quedaba acurrucado en el regazo de su madre. Y yo me dormía escuchándola y sin dejar de mirar al santíco aquél rodeado de flores de tela imitando al azahar:
“Mira niño que la Virgen lo ve todo
Y no sabe lo malito que tu eres…”
Luego continúa con la nana:
“Mira niño, que me ha dicho San Antonio,
Que te haga una cunita de azahares,
Que los niños que son buenos y se duermen
Con la flor del naranjal les hará mares…”
La flor del naranjal; el naranjal… ¡Que hermosísima palabra! Mi santa y buena madre, tenía sus venas llenas con sangre de esta tierra privilegiada; tal vez por eso, sus besos tuvieran aquél sabor especial y aquél donaire su figura y alma de gran señora. De ella, entre tantas otras cosas, aprendí a amar a esta tierra, a sus gentes, sus ríos- a ella le gustaba el río Torrente- y a los molinos que en su día existieron. Por ella supe – y así lo confieso y divulgo-, que cuantos nacen mirando a este verdimar de naranjos y limoneros, o a este blanco e impoluto mar de azahares, son gentes bien nacidas por el empaque y enjundia que imprimen a la vieja sabiduría de todo lo quehacer con esa sencillez que condecora los entrecejos de todos los hijos de este Valle fecundo, único, laborioso y primordial en la razón de ser, cultura e historia de Granada.
Como les decía al principio, mi madre tenía toda la sangre de este Valle de la Alegría, y mi bisabuelo paterno, don Rafael Padial Montes, también. Con estos títulos me presento ante ustedes para proclamar apasionadamente, la alegría que tiene ineludiblemente que inundar los corazones y las almas de todos, de los que aquí viven y de cuantos vengan, cuando mañana amanezca el día con ese temblor reverberante de la luz en honor a San Antonio y a su Niño Dios, que bien debiera llevar en una mano para jugar con ella, o para apagar la diminuta sede divina, una naranja, análoga a aquellas que el ciego del villancico de mi infancia y de mis Nochebuenas, le dio a la Virgen para que el Niño no llorara.
Si mis credenciales más preciadas y honrosas para poder estar dirigiéndoos la palabra son los títulos de mi sangre, mi deseo y obligación es convocaros a la alegría más contagiosa y a la concordia más directa. También convocaros al gozo que debéis derramar disfrutando de vuestra fiesta mayor, que es una fiesta de amor inenarrable, por ser San Antonio el Santo Patrón. Y tan vuestro y mío es, que yo me atrevería a proponer que la vara de azucenas que debiera sujetar, se le cambie por un ramo de azahar.
Este santo boníco, casi tímido y casamentero es, por demás, un santo que propicia el milagro de encontrar todo lo que perdemos; por eso, sea tal vez, el santo protector de novia y enamorados. Lo de encontrar los objetos perdidos viene de lo acaecido durante una estancia de San Antonio en Montpellier,… Allí ocurre que, un novicio, se escapa del convento llevándose un salterio que servía a San Antonio para sus oraciones… Había sido hurtado; en la huida, el novicio se encuentra con que el mismísimo diablo le cierra el paso para que devuelva el objeto a su propietario… Y con esta diabólica intervención, San Antonio recibió el salterio…
Nada tiene pues de particular que, cuando extraviamos alguna pertenencia, le hagamos dos buenos nudos, bien apretados, al pañuelo de mano, mientras musitamos a modo de oración o sortilegio esta retahíla:
Diablíco,
Los huevos te los ato
Y mientras no lo encuentre
No te los desato.
Me contaba mi madre que era costumbre en estas tierras, cuando algo se extraviaba, robarle el San Antonio a algún vecino y colgarlo de un parral boca abajo hasta que lo perdido apareciera o, por el contrario, se viera cumplida la petición hecha al santo… ¡Por eso se perdían los Niños Jesús!. Pero como nuestro Santo Patrón es el más ocupado del santoral cristiano, por la mucha devoción que genera y por la simpatía que dimana, ¿Qué importancia puede tener que más de una vez se distraiga y en vez de dedicarse a buscar lo que perdimos se ocupe, en la más grata labor, de buscar novia a alguna mocita con palmito y de buen ver? Hay que reconocer que el santo tiene predilección por las guapas muchachas casaderas, aunque ahora, con los tiempos que corren, pienso que andará más sobrado de tiempo. Yo soy todavía uno de tantos que, cuando pierde algo, se pone a rezar:
San Antonio de Padua,
Que en Padua naciste,
Que en Portugal te criaste,
Se te perdió el monasterio
Y la Virgen te lo encontró
Y tres veces te dijo:
¡Antón!, ¡Antón!, ¡Antón!
Y después de todo resulta, que ni le pusieron en la pila de nombre Antonio, sino Fernando; que no había nacido en Padua, sino en Lisboa – ciudad fundada, según la leyenda, por los griegos en tiempos de Ulises-, ni se le perdió jamás ningún monasterio. En la ciudad italiana de Padua, estuvo solamente en dos ocasiones: Entre 1229 a 1230 y desde el otoño de este último año a 1231, muriendo en la tarde del viernes, día trece de junio, en el amparo del convento de Santa María de Montepaolo. Aquella mañana, cuando bajó por última vez del nogal de las seis ramas donde tenía su cenobio, para cumplir con la comida de la comunidad, exhausto, cayó desfallecido sobre un montón de sarmientos. Aquí tenemos la razón de ser de la superstición popular de los parrales… Y los niños gimiendo gritaron: ¡Ha muerto el hermano Antonio!... De este modo, nuestro Patrón se hizo el santo de todo el mundo. El santo al que todo el mundo quiere.
El folklore y la tradición en Portugal, Austria y España, mantienen que San Antonio ha recibido el título – y el sueldo- de Capitán de Infantería. En Portugal, el 13 de junio se celebra la fiesta del “Santo Casamenterio”, cantándosele esta copla que traduzco:
Yo pedí a San Antonio
Un guapo mozo soltero,
Que no fuera un demonio
Y que tuviera dinero.
He aquí al hombre!!... el milagrero, el casamentero, el amigo de los pobres y desvalidos, el protector de los deudores, el que no necesita como San Pancracio, ni rama de perejil, ni dinero bajo la peana para prodigar sus favores. Así es que ya, y en su honor, podemos ir preparando, para estrenarlos mañana, en cuanto el día amanezca, nuestros mejores atavíos y ánimos, que nos espera un día grande, sin par y hermoso para que Melegís corazón del corazón del Valle de Lecrín, vibre con el sentimiento de la esperanza, esa que cubre verdes brillantes, esta inmensa alfombra natural de naranjales.
Desde mi pasión por estas tierras, permitidme que os pida vuestra mayor predisposición para ejercer la concordia, la comprensión y el respeto para esta fiesta grande, dichosa y merecida, después de tanto ajetreo como la vida impone cada día. Por eso nadie debe consentir que la alegría pase de largo por su puerta para poder compartir a manos llenas, con la generosidad que sabéis, la risa, la ternura, el alborozo, las rondas de vino, el cante y el baile y, si algún amigo o familiar sufre por algo, vayáis a verle para asediarle con vuestra amistad y cariño, única manera de que las penillas que la vida impone le sean más llevaderas…
Nunca olvidéis que alegría es vuestro nombre, y el, de vuestro Valle: También el de nuestro santo Patrón por haber sido hombre nacido para renuncia, por la entrega.
¡Seamos pues venturosos en esta gran ventura!
¡Sembremos estos cielos de junio con el esplendoroso colorido de los fuegos de artificio; que por unas noches, los gorriones y los ruiseñores de la sierra, sabrán perdonarnos en beneficio de nuestra alegría en libertad!!
Pero antes de terminar quiero proclamar desde el corazón de este Valle, zaguán del Paraíso, por toda la rosa verdimar de los buenos vientos y mejores brisas, que difunde esta esplendorosa tierra buena, que aquí están, dispuestas a subir en el primer vagón del progreso, unas gentes estoicas, trabajadoras, alegres, pacientes, generosas y hospitalarias que se disponen a abrir los brazos de par en par, para recibir a los que vengan a compartir tanta alegría, y de este modo, poderles entregar a manos llenas, el aroma de sus huertos, la limpia dignidad que brota de sus entrecejos y la promesa de azahares que cada año se renueva en esta tierra.
No quiero dejar pasar la ocasión sin detenerme en un recuerdo respetuoso y ferviente para cuantos nos antecedieron.
¡¡Melegileños!!: ¡Sed felices, prósperos y alegres!
¡¡Melegileños!!: Sabed que San Antonio está vistiendo al Niño Dios de fiesta para que la alegría de todos sea más ancha!!
¡¡Yo, al tener el honor de pregonar vuestras fiestas, os llamo y concito a todo el regocijo imaginable!! Esta es la misión imperativa que hoy nos convoca para que por caminos, veredas, vericuetos, trochas, carreteras y autopistas, cualquiera que nos vea y conviva, pueda ir refiriendo como es el color que tiene la alegría.
¡¡Y ya sabéis… A divertirse como locos!! Así estoy seguros que lo quieren San Antonio y El Niño Dios, al que yo le pido que os bendiga y protega.
¡¡¡ Viva San Antonio bendito…!!!
¡¡¡ Hale a divertirse!!!... que así lo quiere San Antonio y este amigo vuestro que os habló...