27 marzo 2025

El alma del río de Ízbor

 


El alma del río de Ízbor

Ízbor siempre ha vivido junto al agua. No solo el embalse que ahora baña el fondo del valle, sino también el río original, que bajaba limpio y cantarín, entre zarzas y juncos, recogiendo la voz de la sierra. Los vecinos siempre decían que ese río tenía algo distinto: nunca se secaba del todo, incluso en los peores veranos.

Había quien afirmaba que el agua era guiada por un espíritu antiguo, uno de los últimos moriscos que vivió en el pueblo antes de ser expulsado. Su nombre, según la leyenda, era Ismael, y era maestro acequiero. Conocía cada curva del terreno, cada filtración secreta, cada fuente que brotaba solo con la luna llena.

Cuando supo que tendría que abandonar Ízbor, Ismael no se llevó ni su ropa ni sus joyas. En cambio, escondió una vasija de barro bajo la corriente, en el lugar exacto donde el río gira antes de desaparecer bajo el puente. Dentro de la vasija puso un mensaje:

“Mientras haya alguien que cuide este agua, el pueblo vivirá.”

Pasaron siglos. El embalse cambió el curso del río, pero algunos lugareños seguían notando cosas extrañas: los peces solo nadaban en ciertos tramos, algunas plantas florecían junto al agua incluso en enero, y en las madrugadas tranquilas, el murmullo del río parecía formar palabras.

Una vez, durante las obras de mantenimiento del embalse, unos operarios encontraron una vasija antigua, rota por la mitad, con letras ilegibles… pero con un olor a tomillo fresco, como recién cortado.

Desde entonces, en Ízbor se dice que el agua nunca está sola, y que quien la respeta, quien se sienta en silencio junto a su curso y le habla sin prisa, puede sentir una respuesta leve en el aire.

Y si un niño o niña pregunta por qué el río suena distinto en Ízbor, los mayores solo sonríen y dicen:

"Porque aquí, el agua tiene memoria. Y a veces... también corazón."

 

 



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