En
el Barrio Bajo de Chite, donde la acequia baja cantando desde el Castillejo y
las casas huelen a pan y albahaca, se encuentra uno de los molinos más antiguos
del valle: el Molino de la Inquisición. Su nombre ya impone respeto, y su
historia ha dado lugar a muchas versiones... pero hay una que los mayores aún
cuentan en voz baja, cuando cae la noche.
Se
dice que, en tiempos de los moriscos, cuando las conversiones forzadas traían
miedo y silencio, el molino no solo molía trigo. Molía secretos.
Durante
el día, parecía un lugar normal: piedras girando, mulas entrando y saliendo,
harina en los sacos. Pero de noche, cuando todo el pueblo dormía, se reunían
allí en secreto quienes aún rezaban en árabe, recordaban versos del Corán, o
simplemente querían hablar libremente sin temor.
El
dueño del molino, un hombre mayor llamado Yusuf, había prometido proteger a
quienes acudieran a él. Tenía una trampilla escondida bajo los sacos de cebada,
que daba a una pequeña habitación excavada en la roca. Allí se encendía una
vela y se hablaba bajo el susurro del agua.
Un
día, un emisario de la Inquisición llegó al pueblo. Empezó a hacer preguntas, a
husmear, y alguien delató el molino. Pero cuando los hombres del Santo Oficio
llegaron, no encontraron nada. Ni la trampilla, ni el refugio, ni rastros. Se
dice que Yusuf desapareció esa misma noche, sin dejar huella, y que una gran
crecida de la acequia selló la entrada para siempre.
Hoy,
los muros del molino siguen en pie. Algunos dicen que, si entras solo y en
silencio, puedes oír murmullos en lenguas antiguas, o el crujido de pasos bajo
el suelo. Y muchos aseguran que, en ciertas noches de invierno, se enciende una
luz tenue tras las piedras, como si alguien aún velara por el secreto.
Por
eso, en Chite, cuando alguien quiere decir que un lugar guarda historias, se
dice:
"Eso
es como el molino viejo… calla mucho, pero sabe más que nadie."

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