27 marzo 2025

Melegís en el siglo III

 


(Recreación histórica)

Por Miguel Angel Molina Palma

 

(Siglo III, una época de crisis profunda dentro del Imperio Romano. Aunque Hispania seguía bajo dominio romano, el imperio sufría guerras internas, invasiones externas, peste, inflación y una gran inestabilidad política. Aún así, en zonas rurales como el Valle de Lecrín, muchas villas agrícolas seguían funcionando, en manos de familias romanizadas o latifundistas que se refugiaban en el campo para escapar de los conflictos urbanos.

En este momento, la religión cristiana aún no es oficial (ni siquiera legal), pero empieza a propagarse en secreto. Las costumbres romanas siguen muy vivas, mezcladas con cultos antiguos, y la vida en el campo gira en torno al agua, la tierra y el control de las estaciones).

 

“La voz de la fuente”

Valle del Lecrín, año 247 – Alto Imperio Romano en crisis

 

Valeria Severina nunca había salido del valle. Nacida en una villa agrícola levantada por su abuelo, hijo de colonos romanos, vivía entre los olivares, viñedos y almendros que descendían por las laderas como escalones verdes. Su casa, aunque modesta, tenía columnas de ladrillo, suelo de tierra batida y una fuente que nunca se secaba. Su padre solía decir: “Mientras fluya esta agua, Roma aún respira.”

En el resto del Imperio, el siglo era un caos: emperadores duraban meses, el ejército decidía el futuro, y las ciudades sufrían hambre y peste. Pero en el Valle de Lecrín, la vida se mantenía gracias a la tierra y al trabajo constante. Se sembraba trigo y cebada, se criaban cabras y se prensaban uvas para hacer vino fuerte y oscuro.

Valeria era diferente a otras mujeres del valle. Le gustaba subir al cerro al amanecer, mirar el horizonte y escuchar el canto de los cernícalos. Su tío, que había sido escriba en Malaca, le enseñó a leer en latín y le dejó un pequeño rollo de pergamino con poesías antiguas. También le habló, en voz baja, de una nueva creencia que se propagaba por el imperio: una fe sin templos, con un solo Dios y promesas de justicia.

Valeria comenzó a dibujar discretas cruces en los márgenes de su cuaderno, y cada vez que bajaba a la fuente, rezaba en silencio a ese Dios desconocido, pidiendo salud para su madre, lluvia para los campos y que los rumores de guerra no alcanzaran su valle.

Un día, un grupo de soldados romanos pasó por el camino. Pedían alojamiento, buscaban reclutas, y hablaban de un nuevo emperador. Su padre les ofreció vino y pan, como dictaba la ley romana de hospitalidad. Pero en sus ojos había miedo.

—¿Y si Roma cae? —preguntó Valeria al anochecer.

—Entonces nosotros haremos que renazca aquí —respondió su padre—. En cada brote de trigo, en cada gota de esta fuente.

Esa noche, Valeria escribió una oración inventada, mitad poema, mitad plegaria. La escondió bajo una piedra junto al manantial.

Y allí quedó, esperando siglos, como semilla dormida en el corazón del valle.

 

Ilustración:

Melegís en el siglo III, con Valeria junto a la fuente, la villa romana activa al fondo, y la vida diaria del campo resistiendo entre la tradición y la fe naciente.

 


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