27 marzo 2025

Melegís siglo I antes de Cristo


(Recreación histórica)

Por Miguel Angel Molina Palma

 

(Siglo I antes de Cristo, cuando Hispania aún está siendo pacificada por Roma tras las largas guerras civiles y la resistencia de los pueblos íberos. En este siglo, figuras como Julio César y Pompeyo pisan suelo hispano, y se fundan nuevas ciudades o se reorganizan otras. La Bética, donde se sitúa el actual Valle de Lecrín, empieza a romanizarse intensamente, aunque muchas zonas rurales, como este valle, todavía conservan costumbres íberas y romanas mezcladas.

En este contexto, Melegís aún no existe como entidad, pero ya hay actividad agrícola organizada, quizás en forma de un oppidum íbero romanizado o de pequeñas granjas de transición cultural).

“El surco y la espada”

Valle del Lecrín, año 29 a. C. – Bajo el mando de Augusto

Elario, hijo de un íbero romanizado, cultivaba un pequeño terreno junto al río. Su padre había combatido en las guerras cántabras a cambio de conservar sus tierras, y le enseñó tanto a labrar la tierra como a levantar una empalizada. Su madre, de raíces romanas, le había enseñado a contar en latín, a guardar silencio y a respetar los dioses antiguos y los nuevos.

El lugar donde vivían no tenía nombre oficial. Era solo “el valle”, donde el agua brotaba con fuerza y los jabalíes aún se oían en la noche. Allí cultivaban trigo, lino, cebada, y criaban cerdos y gallinas. No vivían solos: tres familias más, emparentadas entre sí, compartían la cosecha, los turnos de riego y las vigilias contra el lobo.

Cerca del bancal más alto, había restos de una estructura íbera: muros bajos de piedra, cerámica pintada y una piedra tallada en forma de media luna. A veces los mayores hacían ofrendas de pan y sal junto a ella, aunque decían que ahora “ya no era necesario”.

Roma se acercaba cada vez más. Los caminos se trazaban, los estandartes pasaban, y los cobradores de impuestos hablaban en latín y exigían tributo en aceite, grano o carne seca. Algunos vecinos fueron llamados a servir como auxiliares en legiones lejanas.

Elario no se oponía. Había aprendido que la mejor forma de resistir era sembrar. A cada recluta que partía, él le regalaba un puñado de semillas envuelto en una hoja de higuera, “para que lleve un poco de esta tierra consigo”.

Una tarde, mientras cavaba un surco junto al arroyo, encontró una moneda con la efigie de César. Se la guardó, no como riqueza, sino como signo. La enterró bajo el primer olivo que plantó ese invierno. Y desde entonces, a ese árbol lo llamaron “el centinela”.

En ese cruce de siglos, de lenguas y de cultos, entre los íberos que rezaban en piedra y los romanos que levantaban ciudades, el valle empezó a tener alma propia.

Y aunque nadie lo supiera entonces, allí, bajo ese olivo, ya estaba latiendo el corazón de Melegís.

 

Ilustración:

El Valle de Lecrín en el siglo I a. C., con Elario trabajando la tierra y su familia entre tradiciones íberas y romanas, en un paisaje que empieza a convertirse en hogar.

 


 

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