27 marzo 2025

Melegís, siglo II antes de Cristo

 


(Recreación histórica)

Por Miguel Angel Molina Palma

 

(Siglo II a. C., una época clave en la historia de la península: Roma aún no ha consolidado todo su dominio sobre Hispania, pero avanza con fuerza. Las guerras contra los íberos, celtíberos y lusitanos están en marcha o acaban de terminar, y la romanización aún es incipiente en muchas zonas del sur. Sin embargo, ya comienzan a surgir contactos entre los pueblos indígenas (íberos) y los romanos, especialmente en zonas fértiles como la futura Bética.

El Valle de Lecrín, en esta época, probablemente estaría habitado por comunidades íberas organizadas en pequeños poblados fortificados, llamados oppida, que aprovechaban los valles para la agricultura y el pastoreo).

“El eco del fuego”

Valle del Lecrín, año 146 a. C. – Hispania en guerra

El poblado se llamaba Lacet, y ocupaba una loma con vista al río. Estaba protegido por un muro de piedra seca, tenía chozas redondas de barro y caña, y un espacio central donde ardía un fuego que nunca se apagaba, custodiado por los ancianos del clan. Desde allí, se controlaban los huertos, las eras y los rebaños. Los campos de cebada y habas bajaban en terrazas hasta el agua.

El pueblo pertenecía a una tribu íbera que ya había oído hablar de los romanos, esos extranjeros de metal brillante que venían de más allá del mar, imponiendo leyes, caminos y tributos. Algunos los temían, otros querían comerciar. Pero en Lacet, todavía vivían como siempre: con el ritmo de la luna, el saber de los mayores y la palabra de los dioses del bosque.

Iltiria, una joven curandera del poblado, conocía las plantas, los ritos del solsticio, y la historia de sus antepasados, grabada en tablillas de arcilla y en la memoria oral. Su abuela le había contado que en el sur había ciudades con columnas y mosaicos, pero que en el valle, la tierra mandaba.

Un día, llegaron tres hombres forasteros. Uno llevaba un medallón con un rostro que no conocían: un romano. Venían desde el puerto de Sexi (la actual Almuñécar), con una mula, sal, vino y monedas de cobre. Querían pasar por el valle, seguir camino hacia Ilíberis. Iltiria los observó desde las sombras, y escuchó sus palabras con atención.

Esa noche, en el consejo del poblado, los ancianos debatieron: ¿debían abrirse al comercio o mantenerse apartados? Iltiria dijo:

—Ellos vienen con caminos. Pero nosotros tenemos raíces.

Decidieron dejarles pasar, pero no venderles tierra. Les ofrecieron agua, pan y descanso. A cambio, recibieron un cuchillo de hierro templado y una bolsa con semillas nuevas. Cuando los extranjeros partieron, Iltiria enterró una de esas semillas junto a la fuente sagrada.

—Si brota —dijo—, el futuro llegará con ella.

Y así, mientras Roma se expandía con sangre y pactos, en aquel rincón de montaña una mujer sembró el primer hilo entre dos mundos.


Ilustración:

El Valle de Lecrín en el siglo II a. C., con Iltiria sembrando el futuro entre el mundo íbero y el romano.

 

 


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