LA LEYENDA DEL CRISTO DEL CORO Y LOS DUENDES DEL CERRO (Albuñuelas)
Hace ya muchos años, cuando la voz del pueblo era la única crónica viva de lo que ocurría entre las calles y los montes, se empezó a contar en Albuñuelas una historia tan singular como inquietante.
Los frailes del antiguo convento, que dominaba con su presencia la vida espiritual del pueblo, aseguraban ver extrañas criaturas moverse por el cerro que se alza frente a la iglesia. Eran, según decían, duendes revoltosos que danzaban entre las encinas y los peñascos, haciendo burlas, ruidos y trastadas que alteraban la paz del lugar.
Alarmados por aquellas apariciones, los religiosos tomaron una decisión solemne: colocaron el Cristo crucificado en el coro alto de la iglesia, orientado directamente hacia el cerro, como para clavar con su mirada divina a los pequeños seres del mal. Los frailes, con gran elocuencia, señalaban desde la placetilla a los duendes, asegurando que los veían saltar y corretear… y cuando el Cristo se giraba simbólicamente hacia el monte, decían que los duendes huían despavoridos.
La fama de los duendes creció, y para reforzar su expulsión, erigieron una cruz en lo alto del cerro —de ahí el nombre que aún hoy perdura— y organizaron peregrinaciones hasta allí. Pero los duendes no se rendían fácilmente.
Entonces el guardián del convento, con gesto grave y tono inspirado, anunció que había recibido un mensaje revelador del “niño cascante”, un supuesto espíritu visionario: “Los duendes solo desaparecerán si se les ofrece comida.” Y así, movidos por la fe y el miedo, los pobres peregrinos comenzaron a subir al cerro con cestas de alimentos: aceite, legumbres, harina… todo cuanto sus humildes casas podían aportar.
Y fue cierto: tras aquellas ofrendas, los duendes dejaron de verse. El “niño cascante”, como afirmaban los frailes, tenía razón.
Pero la historia no terminó ahí. Un día, unos vecinos, con más escepticismo que devoción, decidieron vigilar discretamente desde las sombras para ver cómo los duendes recogían la comida ofrecida. Pasaron las horas, cayó la noche… y los duendes no aparecieron. Sin embargo, en la penumbra… ¡sí vieron a unos frailes del convento retirando sigilosamente los alimentos!
Desde entonces, la leyenda del Cristo del Coro quedó envuelta en una bruma de misterio, entre la devoción ingenua de unos, el ingenio de otros… y la astucia de quienes sabían cómo llenar la despensa sin romper voto de pobreza.
Una leyenda, sí. Pero una leyenda de Albuñuelas.
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