EL DESTILADOR: UN OFICIO DE ANTAÑO EN EL VALLE DE LECRÍN 🌿🔥
UN ARTE ARRAIGADO EN LA TIERRA
En el Valle de Lecrín, y especialmente en Albuñuelas, el oficio de destilador fue durante gran parte del siglo XX una fuente de vida para muchas familias. Conocidos como destiladores o esencieros, estos trabajadores recolectaban plantas aromáticas como salvia, romero, tomillo, lavanda o enebro, transformando las "matas" en valiosos aceites esenciales. Este oficio, que perduró hasta los años 80, era mucho más que un trabajo: era un vínculo con la naturaleza y la tradición de un pueblo aferrado a su terruño. Hacia 1891, en Albuñuelas, existían 11 industrias o calderas dedicadas a la destilación de salvia, proporcionando jornales a numerosos braceros, al igual que la recogida de esparto, otra actividad clave en la economía local. 🌄
LA RECOLECCIÓN DE LAS MATAS
La labor comenzaba en los montes y laderas del Valle de Lecrín, donde crecían silvestres las plantas aromáticas. Los destiladores, a menudo familias enteras, salían al amanecer con sacos y herramientas sencillas como hoces o cuchillos. Recolectaban las matas con cuidado, seleccionando las partes más ricas en aceites: hojas, flores y tallos tiernos. La salvia, muy valorada en Albuñuelas a finales del siglo XIX y principios del XX, era la protagonista, aunque más tarde se diversificó hacia romero y tomillo. La recolección era estacional, aprovechando los meses de primavera y verano, cuando las plantas estaban en su punto óptimo de fragancia. Los destiladores cargaban los sacos a lomos de mulas o a pie, regresando al pueblo tras largas jornadas bajo el sol. 🐎🌞
EL PROCESO DE DESTILACIÓN
Una vez recolectadas, las plantas se llevaban a los alambiques, generalmente ubicados en pequeñas instalaciones o en patios al aire libre. En 1891, las 11 calderas de Albuñuelas eran un testimonio de la importancia de esta industria, que aseguraba jornales a muchos trabajadores.
El proceso era artesanal: las matas se colocaban en un caldero con agua, que se calentaba con leña hasta generar vapor. Este vapor pasaba por las plantas, liberando sus aceites esenciales, que luego se condensaban en un tubo refrigerado por agua fría. El resultado era una mezcla de agua y aceite esencial, que se separaba cuidadosamente.
Los alambiques, operados por manos expertas, llenaban el aire de Albuñuelas con el aroma de las esencias, un trabajo que podía durar horas y donde cada gota era un tesoro fruto del esfuerzo colectivo. 🔥💧
LA VENTA DE LAS ESENCIAS
Las esencias obtenidas, como el aceite de salvia o romero, se almacenaban en pequeños frascos o bidones de metal para su comercialización. En las primeras décadas, la venta era local o regional, a través de comerciantes que visitaban los pueblos del Valle de Lecrín o en mercados cercanos como Granada. Los destiladores negociaban con intermediarios que distribuían los aceites a industrias de perfumería, farmacia o cosmética. Con la mejora de las comunicaciones en los años 60 y 70, las esencias comenzaron a llegar a mercados más lejanos. Sin embargo, los beneficios eran modestos; los jornales de la destilación y la recogida de esparto permitían a los braceros cubrir necesidades básicas como ropa o herramientas, pero pocos lograban grandes ganancias. La esencia de Albuñuelas era un producto humilde, pero cargado de la esencia del pueblo. 🛒🌸
UN LEGADO QUE PERDURA EN LA MEMORIA
El oficio de destilador, con sus 11 calderas en 1891 y su aroma inconfundible, marcó la vida de Albuñuelas y el Valle de Lecrín. Junto a la recogida de esparto, esta actividad dio sustento a muchas familias, asegurando jornales en tiempos de economía de subsistencia. Aunque la modernización y la despoblación hicieron que este trabajo desapareciera, su recuerdo sigue vivo en las historias de los mayores y en los paisajes que aún guardan el aroma de las matas. Hoy, honramos a aquellos destiladores que, con su esfuerzo, dieron vida a un oficio único.
¡Que su legado no se olvide! 🙌🌿
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