(Recreación histórica)
(El siglo III a. C., un tiempo crucial para la historia de Hispania. En esta época, los pueblos íberos aún dominaban gran parte de la península, pero Roma ya había comenzado a hacer incursiones en el sur, y los conflictos con los pueblos indígenas como los celtíberos y los íberos eran constantes. Es una época de gran tensión, con las primeras guerras púnicas de fondo y los romanos expandiéndose hacia el oeste.
El Valle de Lecrín, aún bajo control de tribus íberas, sería una región rural donde la vida giraba en torno a las aldeas fortificadas (oppida), los cultivos de trigo, cebada y vino, y las prácticas religiosas locales, lejos del poder de Roma, aunque su sombra ya comenzaba a hacerse notar).
“El eco de los tambores”
Valle del Lecrín, año
En el oppidum de Valtaria, situado en lo alto de una colina, la vida seguía el ritmo de la naturaleza. Ygber era el líder de su tribu, una joven comunidad íbera que aún vivía bajo las leyes antiguas. Su gente adoraba a los dioses de la tierra y el sol, y su vida giraba en torno a las cosechas, el ganado y la defensa de sus tierras.
El valle era fértil, rodeado de montañas que formaban una fortaleza natural. Cada primavera, los hombres salían a cazar ciervos y jabalíes, y las mujeres se encargaban de la molienda del grano y la confección de tejidos. En el centro del oppidum, los aldeanos se reunían alrededor de una gran roca sagrada, donde se realizaban sacrificios de animales en honor a la diosa Tanit, protectora de la cosecha.
Los romanos ya habían comenzado a presionar a las tribus íberas. La guerra con los cartagineses se libraba en otros frentes, pero las incursiones romanas hacia el sur eran más frecuentes. Roma estaba al acecho. A veces, los comerciantes llegaban al oppidum con historias de las guerras púnicas, y los rumores de que los romanos habían ganado en Sicilia y Cerdeña.
Una tarde, mientras Ygber y su gente preparaban la fiesta del solsticio, llegaron unos mensajeros del pueblo vecino: los romanos habían cruzado el Ebro y se acercaban. El miedo y la tensión recorrieron el oppidum. Pero Ygber no vaciló. Sabía que sus tierras y su gente debían ser defendidas.
—Los romanos no entienden la tierra, ni la sangre de nuestros antepasados. —dijo, mirando al horizonte.
Aquella noche, se encendieron grandes hogueras, y los tambores resonaron en toda la aldea. El sonido del rallador y las flautas llenaban el aire. Se levantaron los altares, y los guerreros empezaron a afilar sus espadas.
Esa fue la última fiesta que celebraron en paz, porque los romanos ya no tardarían en llegar, pero la lucha del Valle de Lecrín estaba a punto de comenzar.
Ilustración:
El Valle de Lecrín en el siglo III a. C., con Ygber y su pueblo en plena celebración del solsticio, bajo la sombra de la inminente llegada romana.

No hay comentarios:
Publicar un comentario