(Recreación histórica)
(El siglo IV a. C., una época en la que los íberos dominaban el sureste de la península, incluyendo lo que hoy es el Valle de Lecrín. Roma aún no ha llegado, y los cartagineses empiezan a asomarse por la costa, pero el interior vive con cierta autonomía. Esta era es fundamental para entender el alma del territorio: una sociedad agrícola, con una estructura tribal, jerárquica y profundamente conectada a la naturaleza.
En este siglo, los pueblos íberos ya tenían escritura propia, monedas, arte y una religión organizada en torno a dioses como Tanit, Betatun o Endovélico. La vida giraba en torno a los oppida, poblados fortificados en alto, y a los rituales agrícolas y estacionales que marcaban el paso del tiempo).
“La piedra del trueno”
Valle del Lecrín, año
El poblado de Ilbura se alzaba sobre una colina entre dos barrancos. Sus casas, circulares, con techos de ramas, estaban agrupadas en torno a una gran piedra lisa, oscura como la noche, que llamaban la piedra del trueno. Decían que allí hablaban los dioses cuando caía la tormenta, y que quien la tocara en luna nueva podía escuchar el futuro.
Arxina, hija del jefe tribal, era una joven valiente, conocedora de las plantas, los metales y los signos del cielo. Su pueblo vivía del trueque, la caza, y la agricultura en terrazas. Cultivaban cebada, lino, habas, y recogían miel silvestre. Sus mujeres dominaban el telar y el fuego; los hombres, la forja y el camino.
Aquel año, los pájaros del norte volaban bajo y los arroyos se habían secado antes de tiempo. Los ancianos dijeron que era señal de cambios. Un día, un grupo de forasteros llegó desde el sur, con acento extraño y brazaletes de bronce. Eran comerciantes venidos por mar, quizás cartagineses, con sal, telas teñidas y pequeños amuletos en forma de pez. Arxina los observó con desconfianza.
—No traen armas —dijo su hermano, con alegría.
—No las traen porque aún no nos conocen —respondió ella.
Aquel solsticio de verano, Arxina fue elegida para oficiar el rito del fuego nuevo. Subió a la piedra del trueno con una antorcha y habló a su gente:
—Somos la raíz y la roca. Que vengan los mares y los imperios. Nosotros seremos los que queden.
Esa noche, el fuego ardió hasta el amanecer. Y aunque nadie lo sabía, aquel poblado íbero, sin nombre para los mapas, sería la primera piedra de un lugar que, siglos después, alguien llamaría Melegís.
Ilustración:
El Valle de Lecrín en el siglo IV a. C., con Arxina encendiendo el fuego ritual sobre la Piedra del Trueno y el poblado íbero de Ilbura en plena ceremonia.

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