(Recreación histórica)
(El siglo V a. C., una época de plena cultura íbera en el sureste peninsular. En este tiempo, los pueblos íberos se han consolidado: tienen escritura propia, estructuras políticas tribales bien definidas, una religión compleja, y dominan el arte de la cerámica, el comercio y la metalurgia. Aún no han llegado ni Roma ni Cartago directamente al Valle de Lecrín, pero las rutas comerciales ya conectan la costa con el interior.
El valle que luego se llamará Melegís sería entonces territorio sagrado y agrícola, ocupado por pequeñas comunidades que vivían en contacto con la tierra, los ciclos astronómicos y los espíritus del monte).
“El guardián de los cielos”
Valle del Lecrín, año
En lo alto de un cerro donde el sol cae lento por las tardes, se alzaba un santuario íbero de piedra, rodeado de encinas, con un altar orientado al solsticio de invierno. Allí vivía Nartial, un observador del cielo, heredero de una estirpe de sabios que leían el movimiento de las estrellas y trazaban los calendarios sagrados.
Nartial no era sacerdote, ni guerrero, sino algo más antiguo: un guardián de los signos. Su casa estaba hecha de barro, piedra y madera. En sus muros colgaban huesos tallados, conchas, y láminas de plomo con símbolos extraños. Cada día subía al altar con su cuaderno de arcilla y anotaba la posición del sol, el canto de las aves, el color de los vientos.
El poblado más cercano estaba a media jornada caminando, entre terrazas de cereal, olivares jóvenes y pastizales. Las gentes del valle lo visitaban para pedir consejo, curas o augurios. Venían con quesos, telares, vino de granada y figuras votivas que dejaban en el santuario.
Un invierno especialmente seco, los aldeanos se reunieron para suplicar lluvia. Nartial les indicó una noche precisa. Subieron al altar, encendieron tres fuegos, y danzaron en círculos mientras él recitaba palabras antiguas. Aquella noche, el cielo se abrió, y al amanecer, la lluvia empapó los bancales del futuro Melegís.
Desde entonces, se decía que Nartial no solo leía el cielo, sino que hablaba con él.
Años después, cuando los comerciantes del mar llegaron al valle con collares de vidrio y monedas de cobre, encontraron el santuario abandonado, pero el altar intacto, orientado aún hacia el sol.
Y allí, bajo esa piedra sagrada, comenzó a latir la historia del valle, mucho antes de tener nombre.
Ilustración:
El Valle de Lecrín en el siglo V a. C., con Nartial guiando el ritual en el santuario bajo un cielo cargado de promesas de lluvia.
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