(Recreación histórica)
(El siglo X a. C., un tiempo prehistórico y profundamente ancestral para el Valle de Lecrín. Este es el umbral de la historia escrita en la península ibérica. Aún estamos en plena Edad del Bronce, y las comunidades humanas que habitan estos valles viven en contacto íntimo con la naturaleza, organizadas en clanes familiares autosuficientes, con creencias chamánicas y una economía de subsistencia basada en la recolección, la caza, la ganadería y los primeros cultivos.
En este tiempo no hay pueblos, ni caminos estables, ni metales trabajados con precisión. Pero sí hay sabiduría transmitida por la voz, respeto por las montañas y el agua, y un lenguaje secreto hecho de gestos, cantos y señales en la piedra).
“El lenguaje del humo”
Valle de Lecrín, año
Antes de que existieran nombres, ya existía el fuego.
Kor, el hombre del humo, vivía solo durante los meses fríos en lo alto del risco. Los del clan bajaban a los abrigos del río, pero él se quedaba cuidando el fuego. Era su don. Sabía hacer hablar al humo. Lo lanzaba en espirales, en columnas, en líneas largas que se curvaban en el cielo, y así mandaba señales que los demás aprendían a leer: lluvia, peligro, nacimiento, muerte.
Kor no hablaba mucho. Su voz era ronca. Pero su mirada era sabia, y sus manos, firmes. Vestía con pieles cosidas con espinas, y en su cintura colgaban pequeñas piedras negras que usaba para afilar huesos.
Una tarde, mientras el viento del norte soplaba, vio una manada de ciervos cruzar el valle. En la roca, dejó marcas con barro y ceniza. Días después, los cazadores del clan interpretaron esas marcas, y gracias a ellas lograron alimento para semanas.
Kor no tenía hijos, pero cada año enseñaba a un niño a leer el humo. Aquella vez, fue una niña de ojos claros llamada Ela. Le mostró cómo apilar la leña, cuándo dejar que el aire entrara, y cómo convertir la llama en historia.
—El humo no se queda. Pero lo que dice se queda contigo —le dijo Kor.
Esa misma noche, desde distintos puntos del valle, comenzaron a verse columnas de humo en formas distintas. Era el lenguaje que nacía.
Y aunque nadie escribía aún, ya se estaba narrando el principio del Valle de Lecrín con humo, silencio y ojos atentos.
Ilustración:
El Valle de Lecrín en el siglo X a. C., con Kor y la pequeña Ela comunicándose a través del humo en un paisaje ancestral, libre y sagrado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario