(Recreación histórica)
(El siglo XI a. C., una de las etapas más remotas que podemos imaginar para el Valle de Lecrín. Aquí estamos plenamente en la Edad del Bronce, cuando la humanidad aún no ha desarrollado escritura en esta parte del mundo, pero ya se organiza en comunidades pequeñas y resilientes, profundamente enraizadas en la tierra, el agua y el cielo.
En este tiempo, el valle no es aún un valle habitado de forma continua. Es un espacio de paso, de encuentro estacional, de ritos antiguos y señales invisibles. Quizá lo más parecido a una civilización es el conocimiento compartido por los clanes: la danza, la caza, el fuego y el respeto por lo sagrado).
“El paso de los cuernos de luna”
Valle de Lecrín, año
La luna era delgada como una hoz, y por eso aquel sendero se llamaba “el paso de los cuernos de luna”. Allí, entre riscos y jarales, los antiguos del clan Kurn se reunían una vez al año cuando el cielo se encendía con estrellas que solo salían en una noche: las que marcaban el cambio de estación y de liderazgo.
Nora, la más vieja del grupo, caminaba siempre la primera. Cargaba un cuenco con ceniza de los cuatro vientos —una mezcla simbólica de tierra, hueso, musgo y hollín— que debía esparcir sobre la piedra que miraba al este. Era un rito sin palabras. Solo pasos, respiraciones y gestos. Luego, el más joven del clan recogía una rama caída y la encendía con fuego antiguo.
Ese año, el elegido fue Harn, un niño que no hablaba, pero que soñaba con ciervos. Nora le guio la mano hasta la llama, y cuando el fuego prendió, un zorro se detuvo a mirarlo. Para ellos, esa era la señal.
Durante esa noche, cantaron en círculo, golpearon piedras lisas con huesos, invocaron a las raíces que dormían bajo la tierra y agradecieron el ciclo de la vida. Nadie lo escribió, pero todos lo recordaban.
Cuando el sol salió, los clanes se dispersaron por los barrancos, y el paso de los cuernos de luna quedó vacío… salvo por las cenizas, las huellas, y una piedra que ya sabía guardar secretos.
Muchos siglos después, cuando Melegís tenga casas, calles y nombres, esa piedra aún estará allí, enterrada quizás, pero viva.
Ilustración:
El Valle de Lecrín en el siglo XI a. C., con Nora y el clan Kurn realizando el ritual del paso de los cuernos de luna, bajo las estrellas.

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