27 marzo 2025

Melegís, en el siglo XV antes de Cristo.


(Recreación prehistórica)

Por Miguel Angel Molina Palma

 

(El siglo XV a. C., en los inicios de la Edad del Bronce Medio en la península ibérica. En esta época, los grupos humanos que recorren lo que hoy conocemos como el Valle de Lecrín son seminómadas, profundamente conectados con los ciclos de la naturaleza. No construyen ciudades, pero sí memoria: cada gesto, cada canto, cada rito es una forma de grabar el mundo en la tierra viva.

Los metales son escasos y valiosos, los relatos se transmiten con el cuerpo y con el fuego, y cada montaña o manantial puede ser considerado un espíritu. En este escenario, imaginamos el nacimiento de una figura clave: la caminante de los senderos invisibles).

“La que no deja huellas”

Valle de Lecrín, año 1452 a. C. – Edad del Bronce Medio

Nadie sabía de dónde venía. La llamaban simplemente Ka, y aparecía cada año al final del verano, justo cuando el sol tocaba las peñas del oeste y los ciervos bajaban al agua. No dejaba huellas. Caminaba descalza, vestida con pieles ligeras, el cabello trenzado con hierbas secas, y portaba una flauta hecha de hueso de ave.

Ka no tenía clan, pero todos la acogían. Sabía encontrar agua donde no brotaba, leer la luna en los charcos y curar quemaduras con savia. Nunca hablaba de su origen, pero cuando tocaba la flauta, el viento cambiaba de dirección y las ramas se quedaban quietas.

Ese año, el valle había sufrido una gran tormenta. El fuego de la montaña había bajado por los barrancos, arrasando matorrales y colmenas. Muchos pensaron que era castigo. Pero Ka llegó como siempre, con paso lento y mirada serena.

Subió sola hasta la loma negra, donde la tierra aún humeaba. Allí, colocó siete piedras en forma de estrella, untó sus dedos en barro tibio y dibujó una espiral invertida sobre una roca.

—Todo lo que arde, regresa —dijo al fin—. Y lo que regresa, florece.

Nadie la entendió del todo, pero al año siguiente, brotaron flores amarillas en el lugar del incendio. Nunca vistas antes. Las llamaron "las huellas de Ka".

Y aunque los siglos pasarían, cuando alguien se perdía por los montes del valle, aún se decía:

“Camina donde no hay camino, y Ka te encontrará.”

 

Ilustración:

El Valle de Lecrín en el siglo XV a. C., con Ka sobre la loma negra, en un acto silencioso de curación y memoria.




 

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