(Recreación prehistórica)
(El siglo XVI a. C., una época aún más arcaica en la Edad del Bronce Inicial. El Valle de Lecrín, salvaje y sagrado, era más territorio que lugar, y más paso que asentamiento. Pero incluso en ese tiempo, ya los seres humanos dejaban memoria sin saberlo: marcas en la piedra, fuego en los refugios y cantos que flotaban entre las montañas.
En este tiempo no hay nombres propios, pero hay presencias, intuiciones, figuras fundadoras que no nacen de linajes, sino del eco del mundo. Hoy, recordamos a una de ellas: la niña que soñaba con los ríos).
“La que escucha el agua”
Valle de Lecrín, año
La niña no hablaba. No porque no pudiera, sino porque prefería escuchar. Sus padres decían que desde que nació, seguía el sonido del agua como si fuera una canción antigua. Cada mañana bajaba a la quebrada, se descalzaba, y apoyaba la oreja sobre una piedra plana junto al arroyo. Allí se quedaba horas.
No tenía nombre, pero los mayores comenzaron a llamarla "Shila", que en su lengua significaba “la que oye lejos”.
Una tarde de primavera, mientras el sol temblaba en las hojas de los almeces, Shila bajó sola más allá de donde los niños solían ir. Encontró una poza rodeada de juncos. En el centro, brotaba un manantial desde una grieta de piedra blanca, y el agua parecía hablar en burbujas.
Shila se sentó y comenzó a dibujar círculos en la arena mojada, como si transcribiera aquello que solo ella entendía. Al día siguiente volvió. Y al otro. Pronto los del clan notaron que cuando ella volvía del manantial, las lluvias llegaban, o los animales bajaban a pastar cerca del campamento.
Comenzaron a seguirla. A observar en silencio. Y aunque nadie osó pedirle que hablara, guardaban sus círculos como si fueran palabras.
Un día Shila no regresó. Se perdió entre las rocas y los helechos. La buscaron durante lunas, pero no hallaron ni rastro. Solo el agua, más clara que nunca, y sus círculos marcados en la orilla.
Desde entonces, a ese manantial lo llaman —aún hoy en voz baja—
“la fuente de la que escucha.”
Y aunque nadie lo sepa, ese es el primer canto de Melegís.
Ilustración:
El Valle de Lecrín en el siglo XVI a. C., con Shila junto al manantial, en ese momento sagrado de escucha, dibujo y misterio.
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