27 marzo 2025

Melegís, siglo XIV antes de Cristo




(Recreación prehistórica)

Por Miguel Angel Molina Palma

 

(El siglo XIV a. C., en pleno corazón de la Edad del Bronce Medio, cuando las primeras formas de vida comunitaria más estables empiezan a dejar huellas profundas en el paisaje. En este tiempo, el Valle de Lecrín no era todavía un pueblo ni una comarca, pero sí un lugar reconocido y sagrado por quienes lo transitaban. El entorno aún virgen era ya tierra de paso, de reunión y de memoria.

Aquí, la espiritualidad se funde con la vida cotidiana: toda piedra, planta, fuego o animal puede ser símbolo, señal o guía. Las herramientas son de hueso, piedra o bronce tosco; los ritos, orales; la arquitectura, efímera y ritual. Pero la conexión con la tierra es total, y en eso, el valle ya era especial).

“El silencio que germina”

Valle de Lecrín, año 1348 a. C. – Edad del Bronce Medio

En un claro entre los árboles, donde las piedras dibujaban un arco natural, vivía Terna, una mujer que no decía su nombre, pero escuchaba todos los del viento. Era la última de un linaje de cuidadores del claro, encargados de proteger las semillas sagradas.

Las semillas no eran solo alimento: eran palabras que aún no se habían dicho. Venían envueltas en corteza, enterradas en pequeñas urnas de barro cocido y tapadas con ceniza y cantos. Solo se abrían cuando el cielo lo pedía. Terna sabía leer las nubes, los cantos de las ranas, y los sueños de las mujeres preñadas.

Ese año, el cielo estaba seco. Las cabras no parían. El musgo se encogía. Pero Terna no tenía miedo. Cada noche salía al claro y encendía tres fuegos pequeños, uno por cada luna de la estación. Hablaba bajito, tocaba la tierra con las palmas, y dejaba trozos de pan seco en forma de espiral.

Una mañana, cuando el rocío cubría las piedras como escarcha de plata, una niña del clan encontró una de las urnas abiertas sola. Dentro, las semillas habían germinado sin haber sido sembradas. Eran tallos diminutos, verdes, frágiles, pero vivos.

—El valle ha hablado —dijo Terna—. En su silencio, ha sembrado.

Desde entonces, cada año se deja una parte del campo sin arar, como homenaje al silencio que germina solo. Y aunque los siglos pasarán, en ese gesto callado ya late el alma de Melegís.

 

Ilustración:

El Valle de Lecrín en el siglo XIV a. C., con Terna en el claro del bosque, rodeada de fuego, semillas y silencio sagrado.

 

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