27 marzo 2025

Melegís, en el siglo XX antes de Cristo.



(Recreación prehistórica)

Por Miguel Angel Molina Palma

 

(El siglo XX a. C., una época tan remota que casi se confunde con el mito. El Valle de Lecrín, aún sin nombre, es una tierra libre, salvaje y sagrada. No existen pueblos, ni lenguas fijas, ni ritos escritos. Pero sí existe el gesto, el fuego, el ciclo de la lluvia, la intuición de que la vida forma parte de algo más grande.

Este es un tiempo de cazadores que también siembran, de pastores que escuchan las estrellas, de mujeres que hablan con la piedra y el agua sin palabras. Y en ese silencio, nace otro eco que el valle guarda).

“La que encendía el cielo”

Valle de Lecrín, año 1932 a. C. – Bronce Temprano remoto

Vivían en cuevas altas, abiertas hacia el este. Durante el invierno bajaban a los fondos del valle. Pero al llegar la primavera, subían de nuevo, siguiendo el sol como si fuera un animal.

Una noche, cuando la luna estaba rota y el cielo sin fuego, una mujer de piel oscura como la tierra se alzó sobre la roca más alta del barranco. En su mano llevaba una rama de almendro seco. La alzó al cielo y la encendió.

No era magia. Era fuego verdadero, nacido de su puño. Los del clan dijeron que ella había robado el rayo de la tormenta.

Desde entonces, cada vez que faltaba la luz o moría un recién nacido, la mujer —a la que luego llamarían simplemente “Lura”— subía de nuevo a la roca y alzaba una llama.

No hablaba. No rezaba. Solo mostraba el fuego.

Dicen que una vez, la noche no quiso volver. Que el sol se negó a ocultarse, y que fue Lura quien, con su llama, dibujó una sombra sobre el cielo para recordarle al día su lugar.

Aquel fuego, desde entonces, se transmite en secreto, de madre a hija, de guardián a guardián. Se guarda en cuevas, se alimenta en silencio, se enciende solo cuando el valle lo pide.

Y aunque pasen los siglos, si un día el cielo se niega a oscurecer, alguien encenderá la rama de almendro.

Y será, otra vez, la llama de Lura.

 

Ilustración:

El Valle de Lecrín en el siglo XX a. C., con Lura alzando la llama en la noche sin luna. Una imagen poderosa y fundadora.

 

 

 


 

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