27 marzo 2025

Melegís, siglo XIX antes de Cristo.

 


(Recreación prehistórica)

Por Miguel Angel Molina Palma

 

(El siglo XIX a. C., en los albores del Bronce Inicial, cuando los primeros grupos humanos del sur de la península empezaban a intuir —sin saberlo— que la tierra podía guardar la memoria. En este tiempo, el Valle de Lecrín era aún completamente libre, pero ya elegido por generaciones de caminantes, recolectores y guardianes de lo invisible.

La vida era sencilla, pero cargada de significado: el fuego no solo calentaba, sino que unía; la piedra no solo era refugio, sino altar; y la noche, una maestra sin rostro).

“La sombra que brilla”

Valle de Lecrín, año 1829 a. C. – Bronce Inicial

No tenía nombre, ni clan, ni lengua fija. Pero los que la vieron pasar la recordaban. Decían que era alta, delgada, de ojos claros como el agua del deshielo, y que nunca caminaba al sol, sino al atardecer o bajo la luna.

Un niño la llamó “Zura”, que en su lengua significaba “la sombra que brilla”.

Zura llegaba al valle una vez cada muchos inviernos. Cargaba una antorcha pequeña, nunca encendida, y un zurrón lleno de piedras redondas, lisas, pulidas por ríos desconocidos. No hablaba. Solo dejaba una piedra en los sitios sagrados del valle: una cueva con eco, una poza sin fondo, una grieta entre dos encinas, una cornisa donde el viento aullaba.

Cada piedra tenía un círculo grabado. Hecho con fuego, no con herramienta. Cuando alguien la encontraba, no la movía. Solo se sentaba frente a ella, en silencio.

Años después, los niños del clan decían que si te sentabas cerca de una de esas piedras al anochecer, podías ver tu propia sombra moverse sola, bailando con la de Zura.

Y así, sin una sola palabra, sin fuego ni semilla, Zura dejó grabada su danza en el valle.

Siglos más tarde, cuando Melegís tenga nombre y voz, aún habrá quien diga —entre susurros— que las piedras de Zura siguen ahí, esperando ser vistas solo por quienes caminan sin miedo a la sombra.

Ilustración:

El Valle de Lecrín en el siglo XIX a. C., con Zura dejando su piedra marcada bajo la luz de la luna, en silencio, entre árboles que aún recuerdan.

 

 


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