(Recreación histórica)
(El siglo XII a. C., en lo más profundo de la prehistoria del Valle de Lecrín. Esta es una época aún anterior a la cultura íbera, donde los seres humanos que habitan estos montes y barrancos apenas han comenzado a dejar rastro. Sus herramientas son simples, su vida es nómada o seminómada, y su relación con la tierra es directa, sagrada, ancestral.
En este siglo, la identidad no está marcada por palabras, ni por reinos, ni por mapas, sino por el gesto, el rito, la observación y la memoria oral. El valle no es un territorio conquistado, sino una entidad viva, un espíritu del que se depende).
“La piedra que respira”
Valle de Lecrín, año
Antes de que hubiera nombres, había señales.
La piedra estaba en mitad de un claro, apenas visible, oculta bajo líquenes y ramas caídas. Cada vez que alguien pasaba por allí, sentía un leve calor al acercarse, como si la piedra respirara. No era magia. Era memoria viva.
Obur, una mujer joven de uno de los clanes del norte del valle, fue la primera en detenerse junto a ella sin miedo. Llevaba días siguiendo el rastro de una cabra perdida, y cuando encontró la piedra, se sentó frente a ella y se quedó en silencio. Su abuela le había enseñado que a veces el viento no habla por sí mismo, sino por lo que recuerda.
Esa noche, Obur durmió allí. Y en sueños, vio imágenes que no conocía: toros de barro, una danza alrededor del fuego, mujeres con las manos llenas de semillas y niños que jugaban con ceniza.
Al despertar, dibujó con un palo una espiral en la tierra húmeda frente a la piedra. Luego la rodeó con pequeñas ramas rotas en forma de media luna. No supo por qué lo hizo, pero entendió que debía volver.
Con el tiempo, esa piedra se convirtió en lugar de paso y de escucha. Quienes la encontraban se quedaban un rato. Algunos murmuraban. Otros cantaban. Nadie la poseía, pero todos la respetaban.
Siglos más tarde, cuando el valle tuviera casas, eras y caminos, esa piedra seguiría allí, oculta quizá bajo un campo de almendros o cerca de una acequia, pero aún latiendo con el primer aliento de quienes caminaron antes que el lenguaje.
Ilustración:
El Valle de Lecrín en el siglo XII a. C., con Obur y la piedra que respira en una escena de conexión pura con la naturaleza y los misterios del tiempo.
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