27 marzo 2025

Melegís, siglo XIII antes de Cristo.



(Recreación histórica)

Por Miguel Angel Molina Palma

 

(El siglo XIII a. C., en plena Edad del Bronce, cuando las primeras comunidades humanas comienzan a asentarse más regularmente en entornos fértiles como el del futuro Valle de Lecrín. Aunque no hay pueblos como tal, los caminos de los animales, el agua y el cielo ya definen rutas que las personas siguen generación tras generación.

Aquí la espiritualidad es tan importante como el alimento: todo lo que ocurre en la tierra tiene un reflejo en lo invisible. Los clanes veneran las cuevas, las piedras grandes, los árboles viejos, los eclipses, y cada nacimiento o muerte es un acto sagrado. El Valle de Lecrín, en ese entonces, es un santuario natural, aún sin dueño, pero ya lleno de alma).

“El corazón del valle”

Valle de Lecrín, año 1226 a. C. – Edad del Bronce

Cuando Elar, el más viejo del clan, dijo que el valle tenía corazón, nadie lo entendió del todo. Pero todos le creyeron.

Cada otoño, cuando el cielo se cubría de nubes gruesas y las hojas del acebuche caían como ceniza dorada, Elar guiaba a su gente a una hondonada amplia donde el viento siempre soplaba en espiral. Allí plantaban varas en el suelo, dibujaban círculos con piedrecitas, y escuchaban el sonido del viento entre las ramas.

Decían que si el viento hablaba con fuerza, el año siguiente sería fértil.

Una vez, mientras marcaban el suelo con ceniza, una niña llamada Nira sintió algo extraño bajo sus pies: una piedra que vibraba levemente. La desenterraron con cuidado, y era una roca plana con una marca natural en forma de ojo. Nadie la había visto antes. Elar la tocó y sonrió.

—Aquí está. Este es el corazón del valle.

Desde entonces, cada año se reunían allí para marcar los ciclos de la luna, hacer ofrendas de corteza y miel, y enterrar objetos valiosos hechos de hueso y barro. La piedra-ojos se convirtió en punto de encuentro, oráculo y tumba. Allí enterraron también a Elar cuando murió, cubriéndolo con hojas y cantos.

La niña Nira creció. Aprendió a interpretar los giros del viento, los silencios de las aves y los mensajes de las raíces.

Y aunque aún no había ciudades, ni caminos, ni escritura, ya el Valle de Lecrín tenía corazón y voz.

 

Ilustración:

El Valle de Lecrín en el siglo XIII a. C., con Elar, Nira y el descubrimiento de la piedra-ojos en el corazón del valle. Un momento íntimo y sagrado, de conexión profunda con la tierra.

 




 

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