Saleres, una joya escondida en el corazón del Valle de Lecrín, Granada, es mucho más que un pintoresco pueblo andaluz.
Su historia, tejida con hilos de culturas antiguas, conquistas y tradiciones, nos transporta desde los albores de la humanidad hasta el vibrante presente. Acompáñanos en este fascinante viaje por el pasado y presente de Saleres, un lugar donde la historia respira en cada rincón. 
Aunque no hay registros específicos de asentamientos prehistóricos en Saleres, el Valle de Lecrín guarda secretos del Neolítico, con herramientas y restos encontrados en cuevas cercanas.
Su ubicación estratégica, un puente natural entre la Vega de Granada y la costa mediterránea, atrajo a comunidades que aprovecharon la fertilidad de sus tierras y sus recursos hídricos. 
Con los romanos, Saleres comenzó a brillar.
Construyeron acequias que aún hoy inspiran, como la Acequia de los Arcos, y dejaron huellas de almazaras y molinos.
Estas infraestructuras convirtieron la zona en un nodo agrícola conectado a Ilíberis (la Granada romana, también conocida como Florentia), marcando el inicio de una economía próspera. 
La llegada de los musulmanes en el siglo VIII transformó Saleres en un vergel.
Integrada en la Cora de Elvira, formaba parte del Iqlim al-āšar, un distrito clave. Los musulmanes perfeccionaron los sistemas de riego romanos, creando acequias que aún riegan los campos de cítricos, olivos y almendros.
Su legado agrícola sigue vivo, como un eco de su ingenio.
Las calles estrechas y sinuosas de Saleres, como la icónica Calle de la Jaca Blanca, reflejan el urbanismo musulmán, diseñado para adaptarse al terreno montañoso.
En el Barrio Alto, se han encontrado macaberes (tumbas musulmanas), un testimonio silencioso de su presencia.
Durante el reino nazarí, la Torre del Marchal, una atalaya en el cerro de la Atalaya, vigilaba el Valle, conectada con otras fortificaciones como un faro de piedra. 
En su apogeo, el Valle albergaba unos 7.000 habitantes, y Saleres era un núcleo vibrante. Pero las tensiones con los cristianos y la caída del reino nazarí cambiarían su destino. 
La conquista de Granada en 1492 marcó un nuevo capítulo.
Tras la rendición de Boabdil, Saleres pasó a manos cristianas. Los mudéjares, antiguos musulmanes, trabajaron sus tierras bajo el nuevo régimen, pero las promesas de respeto a su cultura se rompieron. En 1499, las revueltas mudéjares sacudieron el Valle, y Saleres vio cómo su mezquita se convertía en iglesia. 


El siglo XVI fue turbulento. En las revueltas moriscas de 1568-1571, la iglesia de Saleres, construida en 1561 por Pedro de Berrueco, fue incendiada.
Su artesonado, reconstruido más tarde, es un símbolo de resistencia. En 1570, la expulsión de los moriscos por orden de Felipe II dejó a Saleres casi desierta.
Los colonos cristianos, llegados de Castilla, repoblaron el pueblo, dando paso a una nueva identidad. 
En la Edad Moderna, Saleres formó parte del señorío de El Valle, con la iglesia de Santiago Apóstol y Nuestra Señora del Rosario como corazón del pueblo.
Las fiestas patronales del 28 de octubre siguen celebrando esta devoción. 
El siglo XIX trajo desafíos. Durante la Guerra de la Independencia, el Valle fue escenario de combates, y Saleres sintió el eco de la lucha.
En 1861, la revuelta campesina de Rafael Pérez del Álamo resonó en el pueblo, reflejando las ansias de justicia social. 
A finales del siglo XIX, la Fuente de los Siete Años se convirtió en un emblema local.
Según la leyenda, su caudal crece y mengua en ciclos de siete años, un misterio que fascina a vecinos y visitantes. En 1972, Saleres se integró en el municipio de El Valle, perdiendo su estatus municipal, pero no su esencia. 
Hoy, Saleres es un tesoro rural que enamora.
Sus calles de origen musulmán, sus vistas al río Saleres (o “El Santo”, por su generosidad en tiempos de sequía) y la Sierra de Albuñuelas lo convierten en un paraíso para el turismo rural.
La Torre del Marchal, las acequias milenarias y la iglesia parroquial son joyas de su patrimonio. 

El turismo impulsa la economía, con casas rurales y una gastronomía que celebra el aceite de oliva, los cítricos y las almendras. 
Las fiestas patronales de octubre reúnen a la comunidad, fortaleciendo lazos que trascienden generaciones.
Con solo 165 habitantes (2013), Saleres es pequeño pero grande en historia y encanto.
Saleres es un lienzo donde romanos, musulmanes, cristianos y campesinos han pintado su historia.
Desde sus acequias romanas hasta sus fiestas patronales, cada rincón cuenta una historia de resiliencia y adaptación. Como destino rural, combina pasado y presente en un abrazo perfecto, invitando a todos a descubrir la magia del Valle de Lecrín. 
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