(Recreación prehistórica)
(El siglo XVII a. C., uno de los momentos más antiguos que podemos imaginar en la historia del Valle de Lecrín. Es la época del Bronce Antiguo, cuando los grupos humanos comenzaban a organizarse en pequeños asentamientos temporales, normalmente cerca de fuentes de agua, cuevas o zonas de paso natural. No hay estructuras fijas, ni escritura, ni religión como la conocemos, pero sí una conexión instintiva y profunda con el entorno.
Este es un tiempo en el que la tierra manda, y los seres humanos la siguen como a un dios sin nombre).
“Donde duerme la piedra”
Valle de Lecrín, año
El niño se llamaba Ten, y era el más silencioso del clan. Su madre decía que lo había parido junto a una roca caliente después de un trueno, y que desde entonces, él dormía como las piedras: firme, sin moverse, escuchándolo todo.
Vivían en un claro junto al río, protegidos por árboles torcidos que el viento nunca lograba romper. No tenían casas, solo estructuras ligeras de ramas y pieles. Cada temporada se desplazaban un poco más arriba o más abajo del cauce, pero siempre volvían al mismo sitio para dormir.
Allí, en el centro del claro, había una roca enorme, plana y agrietada, que todos llamaban “la piedra que duerme”. Nadie la tocaba. Decían que estaba viva, que por las noches sus grietas cambiaban de sitio, y que si apoyabas el oído sobre ella, oías pasos lejanos.
Ten fue el primero en atreverse. Lo hizo una tarde, cuando el sol bajaba por detrás del barranco y los demás dormían. Apoyó su mejilla sobre la piedra y cerró los ojos.
No soñó nada. Pero al despertar, sabía el camino del agua subterránea.
Llevó a los suyos hasta un punto seco, alejado del cauce. Cavaron. Y brotó agua.
Desde entonces, la piedra fue venerada. La rodearon con ramas en espiral, le ofrecieron humo, ceniza, y la primera fruta del año. Nadie volvió a dormir junto a ella, excepto Ten.
Y cuando Ten murió de viejo, más de ochenta años después, su cuerpo fue depositado sobre la roca, sin cubrir, mirando al cielo.
Los del clan decían que ahora era él quien dormía con la piedra, y que si escuchabas bien al anochecer, podías oír su respiración desde el corazón del valle.
Ilustración:
El Valle de Lecrín en el siglo XVII a. C., con Ten recostado sobre la piedra que duerme, rodeado del silencio antiguo del bosque y la memoria del agua.
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