Talará, un pueblo lleno de luz y memoria, con su iglesia de la Purísima, su antigua ermita del Santo Cristo del Zapato, sus fiestas, su molino… y esa atmósfera de tierra templada y devoción callada.
Aquí os traigo amigos una historia mágica e inventada, que podría haber ocurrido hace décadas, cuando la gente aún salía al fresco y las campanas marcaban el ritmo de cada día.
“El Cristo que bajó del zapato”
Talará, años 40 del siglo XX
En Talará, todos sabían que la ermita del Santo Cristo del Zapato estaba medio olvidada,
en lo alto del cerro, con una cruz medio torcida y la puerta siempre cerrada.
Pero también sabían —aunque nadie lo decía en voz alta—
que allí se obraban milagros pequeños.
De esos que no llenan periódicos,
pero salvan una vida.
Nicolás era un niño de siete años que no hablaba.
No por enfermedad, sino por miedo.
Su padre había muerto en la guerra y su madre, Rosalía, apenas le hablaba del tema.
Solo le peinaba el pelo con ternura,
y cada tarde le llevaba a la plaza para que escuchara las campanas.
Una noche de septiembre, mientras los mayores preparaban las fiestas de la Purísima,
Nicolás se escapó.
Subió solo a la ermita, bajo un cielo lleno de estrellas.
Nadie lo vio.
Dicen que, al llegar arriba, la puerta estaba abierta.
Y dentro, la imagen del Cristo —gastada por el tiempo—
tenía una sola sandalia puesta.
En la otra pierna,
había una huella de barro fresco.
Como si hubiera caminado.
Nicolás entró, se arrodilló…
y habló por primera vez.
No fue un rezo,
ni una súplica.
Solo dijo:
—“Gracias.”
Al día siguiente, lo encontraron dormido junto al poyo de la ermita,
con los pies sucios de polvo
y una flor silvestre entre las manos.
Desde entonces, el niño hablaba.
Poco.
Pero con voz clara.
Y en cada fiesta de diciembre,
subía solo a la ermita,
dejaba un zapato viejo junto al Cristo,
y bajaba en silencio.
Los vecinos, con el tiempo, empezaron a hacer lo mismo.
Y hoy, si subes a la ermita en secreto,
puedes ver en una esquina un montón de zapatos viejos, gastados, humildes…
Cada uno con una historia dentro.
Porque en Talará, el Santo Cristo del Zapato no cura con ruido.
Sino con pasos.
Y con la fe de los que caminan sin hacer preguntas.
El Cristo del Zapato
(Verso popular talareño)
En lo alto de Talará,
donde el sol toca primero,
hay una ermita olvidada
con silencio en el sendero.
Dicen que el Cristo allí puesto
lleva un zapato gastado,
y que el otro pie desnudo
a veces deja un reguero.
Nicolás, niño sin voz,
subió una noche a su vera,
y al mirarlo cara a cara
le habló bajito a su pierna.
“Gracias”, fue todo lo dicho,
con la flor en la camisa.
Y al bajar de la colina
ya le brotaba la risa.
Desde entonces cada año
en diciembre, en la mañana,
sube con paso tranquilo
y deja un zapato en calma.
Y otros siguen su costumbre:
viejos, niñas, jornaleros…
porque el Cristo no hace ruido,
sólo cura los senderos.
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