Chite
Chite, uno de los pueblos más pintorescos del Valle de Lecrín, con su
Castillejo, sus molinos de origen morisco, sus cuestas tranquilas y esa vista
que parece abrazar al río y al cielo. Un pueblo pequeño, pero lleno de
historia, alma... y rincones que guardan leyendas.
Aquí os traigo amigos ahora una historia inventada, con aires de realidad, que
mezcla tradición y misterio en una esquina muy especial del pueblo.
“El molino que no dormía”
Chite, año 1898
En una esquina del Barrio Alto de Chite,
muy cerca del viejo Molino de la Inquisición,
vivía un anciano llamado Blas,
al que todos conocían como el último molinero.
Decían que su molino ya no molía.
Que las ruedas estaban paradas,
que no quedaba trigo,
y que el río había cambiado su curso.
Pero cada noche, desde hacía años,
se oía un rumor de muela girando,
un chirrido lento,
como si el molino aún respirara.
Los vecinos no preguntaban.
Y Blas no explicaba.
Una tarde de otoño, una niña del pueblo —Dolores, de apenas ocho años—
se acercó al molino mientras Blas barría la entrada.
—“¿Por qué suena el molino si no tiene trigo?” —preguntó con ojos limpios.
Blas sonrió, se agachó, y le dijo:
—“Porque guarda los recuerdos de todos los que pasaron por aquí.
Y los muele por la noche…
para que no se olviden.”
Desde entonces, la niña pasaba cada tarde por la puerta,
y Blas le dejaba una cáscara de nuez con un dibujo grabado con cuchillo.
Cada una distinta:
una espiga, una luna, una torre, una cruz, una lágrima, una paloma…
Dolores las coleccionó durante años,
como si fueran parte de un alfabeto secreto.
Cuando Blas murió, el molino se cerró para siempre.
Pero una madrugada, Dolores, ya mujer,
volvió al lugar,
colocó todas las cáscaras en el suelo,
y escuchó.
El molino sonaba.
Despacito.
Como si la piedra girara sobre el recuerdo.
Y sobre la infancia.
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