30 marzo 2025

“Los que bajaban al alba”


Una historia de Chite

 

Una historia inventada, pero verosímil, inspirada en esos años tras la expulsión de los moriscos en 1609, cuando muchos huyeron a la sierra, se ocultaron en barrancos, o vivieron bajo nombres falsos. En Chite, como en otros pueblos del Valle, quedaron rastros ocultos: símbolos tallados, escondrijos, pozos sellados...

Aquí amigos os traigo una leyenda morisca de los que se quedaron.

 

 

“Los que bajaban al alba”

Chite, 1612

 

Tras la expulsión, el pueblo de Chite se quedó medio vacío.

Casas cerradas, bancales sin sembrar,

y el Castillejo enmudecido,

como si hubiese perdido la voz.

Pero no todos se fueron.

Amina tenía diecisiete años.

Su familia había sido cristianada a la fuerza,

pero seguía rezando bajito,

en la lengua de su abuela,

frente a una lámpara de aceite escondida en el poyo del horno.

Su hermano, Yusuf, no aceptó la conversión.

Se escondió con otros jóvenes en una cueva al pie del barranco,

cerca de un manantial que no figuraba en los mapas.

Allí vivían con lo justo:

higos, pan seco, agua, aire.

Y la esperanza de que el mundo cambiara.

Cada madrugada, Amina salía antes de que cantaran los gallos,

cruzaba las huertas de Chite sin hacer ruido,

y dejaba una cesta con pan, ajos, y una carta envuelta en paño.

Yusuf la recogía cuando el sol aún no tocaba las piedras.

Nadie los veía.

Nadie lo sabía.

Hasta que una mañana, la cesta no estaba.

Y en su lugar, Amina encontró una flor.

Una sola flor,

atada con hilo rojo.

Lo entendió sin palabras.

Alguien más los había visto.

Pero no los había delatado.

Esa noche, Amina encendió la lámpara del horno,

y dejó la puerta entreabierta.

Como un signo.

Como un rezo.

Desde entonces, muchos en el pueblo comenzaron a dejar flores en las tapias.

Sin preguntar.

Sin decir nada.

Y cuentan que, durante años,

en cada amanecer sin luna,

se veían sombras bajando del barranco hacia el molino,

a beber agua y volver.

Calladas.

Libres.

Vivas.

 



 

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