“Donde se apagó el sol: la última luz de Muley Hacén”
Mondújar, año 1485
En el año final de su reinado,
cuando el Reino de Granada se partía en traiciones, guerras y familia rota,
Muley Hacén, sultán y guerrero, ya no gobernaba.
Había perdido la Alhambra,
a su esposa Aixa,
y a su hijo Boabdil,
convertido en rival por la ambición y el odio.
Solo le quedaba una mujer: Zoraya,
la cristiana cautiva que lo amó sin pedir trono
y con quien quiso olvidar todo.
Pero ni el amor detiene el tiempo.
Una enfermedad lo consumía.
Sus ojos, que un día vieron reinos doblarse ante su mirada,
se nublaron hasta quedar ciegos.
Ya sin poder, humillado, abandonó Granada.
Y eligió morir lejos de intrigas,
en un lugar de paz:
Mondújar.
Allí, en una residencia discreta en lo alto del cerro,
entre limoneros y agua de acequia,
Zoraya le leía al oído versos de amor y antiguos poemas andalusíes.
El sultán, ciego, escuchaba el rumor del viento sobre el Valle de Lecrín
y decía:
—“Esto también es reino…
aunque ya no lleve corona.”
Los días eran cortos.
Las noches, largas.
Los campesinos del lugar lo veían en el patio, sentado junto a una fuente,
con la mirada ausente,
y Zoraya a su lado, peinándole el cabello blanco con una paciencia de agua.
Una tarde de primavera,
el sultán pidió ser llevado a la terraza más alta.
—“Quiero sentir la luz por última vez… aunque no la vea.”
Zoraya lo acompañó,
y allí, con la brisa del sur acariciando su rostro,
Muley Hacén murió.
Dicen que lo envolvieron en lino
y lo enterraron en algún rincón oculto de Mondújar,
sin tumba, sin inscripción,
para que solo la tierra lo recordara.
Zoraya vivió allí en silencio muchos años más,
entre susurros y naranjos,
y cada tarde subía a la azotea,
donde una vez su amado pronunció su última frase.
Y si subes hoy,
cuando el sol empieza a apagarse sobre el cerro,
alguien te dirá en voz baja:
“Aquí murió un rey que lo perdió todo…
salvo el amor.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario