28 abril 2025

El Valle de Lecrín en el siglo XIX


 El Valle de Lecrín en el siglo XIX: entre revoluciones, temblores y esperanza


El Valle de Lecrín, ese rincón fértil y luminoso a las puertas de Sierra Nevada, vivió un siglo XIX lleno de acontecimientos que marcaron su historia para siempre. Detrás de los naranjales y las acequias, la vida no fue fácil: fue un tiempo de luchas, enfermedades, temblores de tierra... y también de una enorme capacidad de resistencia y renacimiento.


A principios de siglo, la vida en los pueblos del Valle —Nigüelas, Dúrcal, Cozvíjar, Acequias, Talará, Mondújar, Murchas, Melegís, Restábal, Saleres, Chite, Béznar, Pinos del Valle, Ízbor, Cónchar, Albuñuelas y Tablate— seguía anclada a ritmos ancestrales: agricultura de subsistencia, molinos de aceite, ferias de ganado, rezos y fiestas patronales.


Sin embargo, la política nacional también alcanzó a nuestras tierras. Durante el breve y convulso período de la Primera República Española (1873), surgieron movimientos cantonalistas en toda Andalucía. ¡Y en nuestro entorno, El Padul se proclamó Cantón Independiente! Fue un gesto de rebeldía política que apenas duró unos días, pero que dejó huella: los vecinos, hartos de los abusos de poder, soñaron con autogobernarse, aunque el ejército sofocó el movimiento poco después.


Otro hecho que sacudió (literalmente) al Valle fue el gran terremoto del 25 de diciembre de 1884. Aunque el epicentro estuvo en Arenas del Rey, muchos pueblos del Valle de Lecrín sufrieron los temblores: casas agrietadas, iglesias dañadas, acequias desviadas... En Mondújar, Melegís o Chite, las gentes pasaron noches enteras al raso por miedo a nuevos temblores. La tierra tembló bajo sus pies en uno de los peores desastres naturales de la historia reciente.


Por si fuera poco, el campo también sufrió. A finales del siglo, la filoxera —una plaga devastadora que atacó las raíces de la vid— llegó desde Málaga y arrasó buena parte de los viñedos del Valle. En pueblos como Restábal, Melegís o Saleres, donde el vino era parte esencial de la economía familiar, muchas familias perdieron sus cosechas y se vieron obligadas a arrancar viñas centenarias. Algunos sustituyeron el viñedo por cítricos o almendros; otros, simplemente, emigraron.


La epidemia de cólera de 1885 fue otro golpe duro. Tras el terremoto y con las condiciones higiénicas muy deterioradas, el cólera se extendió rápidamente. Las fuentes públicas, los lavaderos y los escasos servicios sanitarios no pudieron evitarlo. El Valle se llenó de funerales. El miedo al contagio cambió costumbres: se suspendieron fiestas, se limitaron misas y procesiones, y surgieron rogativas desesperadas para pedir la protección divina.


A pesar de todos estos golpes, el siglo XIX no fue solo sufrimiento: también fue un tiempo de apertura. A finales de siglo comenzaron las primeras carreteras (como la que conectaba Dúrcal con Granada), llegaron los primeros maestros a alfabetizar niños en las escuelas rurales, y algunos molinos se modernizaron con maquinaria traída de fuera.


El Valle de Lecrín en el siglo XIX fue un crisol de dolor, coraje y futuro.

A cada desgracia, la gente respondía con trabajo, fe y fiesta. Se repoblaron campos, se reconstruyeron iglesias, se inventaron nuevas tradiciones. De esa fuerza venimos nosotros.


Cuando caminamos hoy por los senderos de Melegís, por la Plaza de Mondújar o cruzamos el viejo puente de Tablate, estamos pisando la memoria viva de nuestros antepasados.

Un siglo en el que, a pesar de todo, el Valle nunca dejó de sonreír al sol.


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