En el Barrio Alto de Albuñuelas, justo donde el pueblo parece asomarse al vacío, se encuentra uno de los rincones más antiguos: el Lavadero del Tío Bayo. Aunque hoy está restaurado y en desuso, durante décadas fue lugar de encuentro de mujeres, rumores, canciones… y también, según se cuenta, de un misterioso hallazgo que nadie quiso explicar del todo.
Era una mañana de finales de verano, en los años 30. Las mujeres del barrio bajaban con sus cubos y sus cántaros, como siempre. Pero aquella vez, una niña que acompañaba a su madre se alejó unos metros y, jugando entre las piedras junto al canalillo de riego, tropezó con algo duro: una pequeña caja de madera negra, empotrada entre las raíces de una higuera.
La abrieron allí mismo. Dentro, envueltos en una tela bordada, había cuatro monedas antiguas y un pequeño papel manuscrito, con letras en árabe. Nadie supo leerlo, pero una mujer mayor, conocida como la “tía Isabelilla”, dijo que aquello era una señal: que algún morisco, siglos atrás, había escondido su fortuna allí antes de huir del pueblo durante la rebelión, y que esa caja era solo un aviso... una promesa de que aún quedaba más, enterrado en algún lugar del barranco.
Desde ese día, muchos comenzaron a buscar entre las rocas del lavadero, y algunos incluso por las cuevas del entorno, sin encontrar nada más. La caja desapareció en los años siguientes. Algunos dicen que alguien se la llevó, otros que fue arrojada al pozo por miedo.
Aún hoy, hay quien, al pasar por el Lavadero del Tío Bayo, mira de reojo entre las piedras, por si la tierra volviera a soltar algún secreto. Y los mayores del barrio lo dicen en voz baja:
"Donde hubo agua y silencio... también hubo oro."
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