(Relato histórico)
(Siglo XXI en Melegís, donde la vida de siempre se mezcla con los cambios del tiempo moderno: la despoblación, la llegada de visitantes, la recuperación de tradiciones, la transformación del trabajo agrícola y la memoria que sigue viva en cada rincón del pueblo).
“El eco bajo el olmo”
La mañana despierta con menos ruido que antaño. Ya no se oyen mulos por las calles, ni martillos en la herrería. En la plaza, el olmo centenario sigue en pie, más viejo, con ramas que crujen cuando sopla el viento. A su sombra, se sientan los mayores a recordar, mientras algún niño juega con una pelota o mira una pantalla.
Melegís ha cambiado. Las casas encaladas siguen ahí, pero muchas están vacías durante el año, y solo se llenan en verano, en puentes o en Semana Santa. La gente joven se fue a estudiar o a buscar trabajo. Solo unos pocos volvieron. La escuela cerró hace años, y el molino ya no muele. La mayoría de las tierras se siguen cultivando, pero con menos manos, más máquinas, y mucho esfuerzo.
Los olivares siguen dando fruto, aunque el precio del aceite sube y baja como el ánimo. Las almendras ya no se parten como antes, y la vendimia se hace deprisa, con ayuda de temporeros. Algunos jubilados siguen yendo a su huertecillo, más por costumbre que por necesidad. Las acequias aún corren, aunque el agua ya no es la de siempre. La sequía, las nuevas tomas y el cambio climático han cambiado los caudales, y el agua es ahora una preocupación constante.
Pero no todo es pérdida. Han venido nuevos vecinos de otras ciudades, e incluso de otros países, buscando calma, sol y autenticidad. Se han restaurado casas, se celebran jornadas culturales, se organizan conciertos y mercadillos. Algunos cultivan ecológico, otros venden mermeladas, jabones, aceite propio. Hay quien ha abierto un pequeño alojamiento, y cada vez más visitantes suben a ver la iglesia, el olmo, y a pasear por las veredas entre naranjos y limoneros.
Las fiestas del pueblo siguen siendo un momento sagrado: en junio, la procesión de San Antonio; en octubre, el Rosario de la Aurora. La iglesia se llena como antaño, y los que viven fuera regresan por unos días, con los hijos, los nietos, los móviles y los recuerdos.
Y, entre todo eso, está la memoria. Hay quien recopila fotos antiguas, quien graba las historias de los abuelos, quien pregunta por qué una calle se llama así o qué se sembraba antes en tal bancal. El pasado sigue latiendo en la piedra de las casas, en las recetas de las abuelas, en los cuentos que los mayores comparten junto a la fuente o la plaza.
Melegís, en el siglo XXI, es un pueblo entre siglos. No es el de antes, pero tampoco es otro. Es la misma raíz que se adapta, que se dobla, pero no se rompe. Como su olmo, que ha visto reinos, guerras, bodas, ausencias y vueltas.
Y si uno se sienta bajo él, en silencio, puede que aún escuche el eco de los que estuvieron… y la voz suave de los que están por venir.
Ilustración:
“El eco bajo el olmo”: el olmo anciano, aún en pie, rodeado de vida, cariño y memoria. Un reflejo visual del alma de Melegís hoy.
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