Hola amigos ahora os cuento una historia íntima y realista sobre una familia morisca de Albuñuelas en el siglo XVI, poco después de la rebelión de las Alpujarras, cuando ya se había prohibido el uso del árabe, los rituales islámicos y las costumbres ancestrales. Es una historia sobre el miedo, la memoria… y la fuerza del amor familiar.
“La higuera de los cuatro nombres”
Albuñuelas, año 1581
En una casa encajada en una cuesta del Barrio Alto de Albuñuelas, vivía la familia de Amin ben Hamid, a quien ahora llamaban Diego Martín.
Era morisco, como todos en el pueblo, pero en los papeles figuraba como cristiano.
La cruz colgaba en su sala,
pero en su cocina aún se cocinaba con comino, dátil y canela.
Su esposa se llamaba Zahra, aunque la parroquia la conocía como Isabel,
y sus hijos tenían cuatro nombres cada uno:
uno para la escuela,
otro para los rezos,
uno secreto para los sueños,
y otro que solo conocían los abuelos.
Cada noche, al caer el sol, la familia se reunía junto a una higuera que crecía al fondo del corral.
Allí no los veían los soldados.
Allí el padre contaba historias antiguas.
La madre enseñaba palabras que ya no se podían pronunciar en voz alta.
Y los niños repetían los nombres como si fueran canciones.
—“No olvidéis quiénes sois,” decía Zahra en voz baja.
—“Aunque os llamen por otro nombre, el alma no cambia de lengua.”
Una mañana, la Inquisición llegó al pueblo.
Buscaban libros, amuletos, restos del pasado.
Entraron en casas, preguntaron por palabras “extrañas”.
Cuando llegaron a casa de Diego y Zahra, encontraron solo una higuera en flor
y unos niños que sabían leer el Padrenuestro sin tartamudear.
Se marcharon.
Pero una vecina juró que, cuando pasaron junto a la higuera, ésta soltó una hoja blanca con letras diminutas.
Y que el viento la hizo volar hacia el barranco,
como si la historia misma se escondiera.
La familia siguió viviendo.
Cambió de ropas.
De rezos.
De formas.
Pero cada noche, seguían bajando al árbol,
a recordar los cuatro nombres.
Hoy, en Albuñuelas, hay una casa abandonada con una higuera que aún da fruto.
Dicen que si te sientas bajo su sombra en silencio,
y dices tu nombre en voz baja,
escucharás otros tres en tu interior.
Como si alguien los guardara… para que no se pierdan.
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