04 abril 2025

2. El despertar de un poeta joven (1980–1983)

 


El despertar de un poeta joven (1980–1983)

 

Relato de Miguel Ángel Molina Palma entre los 16 y 19 años

 

A los dieciséis años, el alma comenzaba a moverse entre el deseo de lo sagrado y la sed de conocimiento. Fue en ese cruce donde surgió La Mariápolis, un encuentro en Salamanca que dejó huella. Allí, entre catedrales, plazas luminosas y jóvenes de toda España, conocí la belleza del diálogo espiritual. Me regalaron un libro: Sexo y Amor, de Claudio Mina, que con frases subrayadas y dedicatorias sinceras me hablaba del cuerpo como puente al alma, del amor como fenómeno social, del matrimonio como don. Salamanca fue revelación y consuelo. Allí sentí que había otros como yo: José Luís Vargas, Miguel Bazán, José Vicente Ozarzun… compañeros de ruta y fe.

 

Ese mismo año, 1980, lo cerré con una certeza: la poesía era más que palabras; era mi forma de ser. Amor, Llora, El árbol de los amores, Naturaleza Muerta… nacieron como reflejos de mi interior.

 

Mi vocación se debatía entre lo espiritual y lo humano. Pedí al rector del Seminario ingresar en el Seminario Mayor para estudiar Teología. Pero D. Antonio Molina Carretero no vio en mí ese perfil. Me dolió, pero con los años entendí que también esa puerta cerrada me empujó hacia otras.

 

Las notas en BUP no fueron buenas. El campo me había enseñado a trabajar con las manos y el cuerpo, no con apuntes lentos que escribía con la izquierda y poco legibles. Las asignaturas me cayeron una tras otra en septiembre, y el claustro decidió que repitiera. Quizás porque no veían en mí un futuro clérigo. Pero aún no sabían que yo ya escribía mi propio evangelio... en forma de versos.

 

En 1981, con diecisiete años, la historia del país se estremecía con el 23-F, y mi vida también sufría un giro. En septiembre, el periódico Ideal publicó una noticia sobre mí con un titular llamativo: “Un chico paduleño ha escrito, a sus diecisiete años, 500 poesías”. No eran tantas, pero sí muchas. Era mi primera aparición pública como poeta. Recité por primera vez el año anterior en la Semana Cultural de Padul. Mi poema “¡Ay Padul!” resonaba con ecos de amor y pertenencia.

El sistema educativo no me atrapaba, y en abril de 1982 dejé los estudios a medias y marché a Madrid a trabajar, luego vendría en junio y en septiembre a Granada para acabar el curso. Allí, en el Paseo de Recoletos de Madrid, empecé a trabajar como botones en la Caja Postal de Ahorros. El 14 de abril firmé mi primer contrato, y el 1 de junio, al cumplir los 18 años, me convirtieron en ordenanza.

Madrid fue para mí un nuevo mundo. Primero viví con mis tíos Carmencita y Marcelino, y luego en la pensión Hostal Ricote, en la calle La Fuente, donde conocí a Raúl Arias, Gabriel el argentino, y Pedro Canovas. Escribía en la revista Mundo Botonil de la Caja Postal, y comencé a frecuentar la Biblioteca Nacional, donde saqué mi carné lector.

En ese mismo 1982, el PSOE llegó al poder con Felipe González y se habló por primera vez de “El cambio”. En mi vida, también lo había. Cobré mi primer sueldo: 41.106 pesetas. Y luego, la extra y complementos: 88.999 pesetas. Me hice adulto a golpe de nómina.

Con diecinueve años, en 1983, consolidé mi contrato como ordenanza y cursé el COU en el Instituto San Isidro. José Otero, con su barba larga, fue uno de mis compañeros. Me quedaban asignaturas para septiembre, pero las aprobé. Seguía escribiendo y publicando. Conocí a nuevos amigos peruanos: el psicólogo Ismael Villena, Miguel Sagástegui, Carmen Salazar... Madrid era ya mi segunda patria.

Ese verano viajé a Ibiza para ver a mi hermano José Antonio, que trabajaba como camarero. Él me llevó a su gimnasio, a la playa, y me presentó a Carol, una chica inglesa. Aquello fue una ráfaga de aire nuevo, de juventud plena.

 

Ganaba 51.810 pesetas al mes. Escribía en las revistas Caja Postal y Mundo Botonil, y sentía que, aunque la poesía no diera dinero, sí me daba identidad.

La mili parecía cercana, pero solicité prórrogas. Fui declarado útil, pero no llamado. Me concedieron la exención definitiva en 1985. Mientras tanto, la vida seguía, y yo —poeta entre las teclas de una máquina de escribir y los pasillos de la Caja Postal—, seguía hilando versos y vivencias con el hilo firme de mis primeros sueños.

 


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