04 abril 2025

3. Madrid, palabra y búsqueda (1984–1988)

 



Madrid, palabra y búsqueda (1984–1988)

Relato de Miguel Ángel Molina Palma, de los 20 a los 24 años

 

A los veinte años, Madrid era para mí algo más que una ciudad: era un escenario, un teatro de infinitas posibilidades. En mayo de 1984, en la discoteca Claqué del Centro Comercial La Vaguada, reí con el humor de Tony Antonio. Esa risa ligera contrastaba con las horas silenciosas en las que nacían mis poemas, como La suave brisa de los mares, que escribí en enero del 85. Ganaba 61.422 pesetas al mes en la Caja Postal, pero lo que más valor tenía no se podía medir: ideas, libros, emociones nuevas.

 

A principios de 1985 empecé a trabajar en la Sección de Explotación del Barrio del Pilar, y fue en ese barrio donde eché raíces: vivía en la Plaza de Ribadeo y conocí a un buen amigo, “El Socio”, y a sus hijos, Óscar y Jesús Expósito. Esa cotidianidad madrileña se me fue haciendo entrañable. Aquel mismo año estudié en la academia Musi-Vox, preparándome para el ingreso en la Escuela de Arte Dramático. Fue una época luminosa, llena de sueños escénicos, de nombres nuevos como Rocío Verdasco o Blanca Fuertes, que compartían conmigo esa pasión por representar la vida.

 

Con veintiún años, España firmaba su adhesión a la Comunidad Europea, y yo firmaba también una alianza: con la palabra escrita. Vivía de nuevo en el Barrio del Pilar, en una habitación alquilada a doña Felisa Moreno. Por las noches, leía en la Biblioteca “Conde de Elda”, y en los bares del barrio—como Cheviot o Don Goyo—me encontraba con la calle viva, mientras los versos nacían en cuadernos arrugados. Ganaba unas 69.438 pesetas al mes y escribía sin parar: Negación, Visión, Zona Norte.

 

En 1986 registré mi primer libro de poemas, Viento de polvo y éter, y ese pequeño gesto fue un pacto conmigo mismo: tomaba en serio mi vocación. Me saqué el pasaporte y cambié de sección en la Caja Postal, ahora en Santa Engracia. Mi dirección era C/ Santiago de Compostela, 46.

De día, ordenanza; de noche, soñador. Empecé a colaborar en revistas como Eco Norte y luego Área Norte, donde me convertí en redactor.

 

A los 23 años, ya era una voz habitual en Área Norte. Publicaba artículos mensualmente: Usted puede mejorar su memoria, Una meta, Esperanza… Un poema mío fue publicado en el programa de fiestas de Melegís: Verde corazón del valle. La palabra era mi brújula. Conocí a Carlos Junyent, el director de la revista, y al círculo que lo rodeaba: artistas, periodistas, poetas.

Mi texto "Esperanza", mezcla de prosa y revelación íntima, fue quizá uno de los más sentidos de aquel tiempo.

También colaboré con comercios del Barrio del Pilar buscando publicidad para la revista Área Norte, mientras anotaba vivencias en cada esquina de cafeterías como Price’s o Kantuta, en cada revelado en Foto Cine Sarrate, en cada paseo por La Vaguada.

En el verano de 1987 fui al Teatro Reina Victoria a ver "Usted puede ser un asesino", y me divertí como pocas veces.

Escribí "Irisación fantástica", un texto donde la belleza imaginada se volvía real. Mi sueldo en la Caja Postal subía hasta las 75.351 pesetas, pero mis ganancias verdaderas estaban en los sentimientos, en las letras, en la vida compartida.

En 1988 entré en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de la calle La Palma. En una de las asignaturas, Seminario, grabamos un corto de humor, y a mí me tocó interpretar a Charlie Chaplin. Me divertí como un niño. Estudiaba con gente muy variopinta, como Maribel Robles y su hermana Rocío, o Alberto Romero. Y entre clases, trabajo y artículos, me empapé de cultura popular: series como El precio justo y Las chicas de oro. Todo eso era parte de mí.

Madrid me ofrecía entonces su cara más abierta y contradictoria: el compromiso con la palabra, los trenes que cruzaban la ciudad con mi abono transporte recién estrenado, las exposiciones de barcos en La Vaguada, los cafés donde escribía en servilletas, los días nublados donde solo me acompañaba la voz interior que me dictaba versos.

 

A veces me sentía como si viviera entre dos mundos: el de la rutina del trabajador madrileño y el del joven andaluz que soñaba en alto, que no dejaba de buscar respuestas en los libros, en las calles, en los ojos de las personas que encontraba por el camino.

 

Entre los veinte y los veinticuatro años, no solo crecí. Me definí. La poesía no fue un pasatiempo: fue una forma de existir. Y Madrid, con sus luces y sus prisas, fue la página abierta donde empecé a escribir la historia de lo que estaba llamado a ser.

 


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