27 marzo 2025

Melegís en el siglo IX


(Recreación histórica)

 

(El siglo IX, un momento en que Al-Ándalus ya está plenamente establecido, pero lejos aún del esplendor del Califato de Córdoba, que no se proclamaría hasta el año 929. En este tiempo, el sur de la península está bajo el Emirato de Córdoba, pero el territorio vive frecuentes rebeliones internas, y las zonas rurales, como el Valle de Lecrín, están más aisladas, organizadas en pequeñas comunidades agrícolas, muchas veces sobre antiguos núcleos romanos o visigodos.

En el caso de Melegís, lo más probable es que no existiera aún como núcleo con nombre propio, pero sí una alquería dispersa, con algunas familias musulmanas recién asentadas, organizando la tierra, el agua y los caminos. Este relato imagina esa primera ocupación estable, basada en el conocimiento agrícola andalusí, la adaptación al terreno y la memoria de los que vivieron antes).

 

“Donde brota el agua”

Melegís, año 843 – Emirato de Córdoba

 

No tenía nombre el lugar. Solo un manantial escondido entre las piedras, una ladera verde de espino y higuera, y un cielo limpio como el principio del mundo. Lo que hoy se conoce como Melegís era, entonces, una vaguada sin nombre, donde unos pocos hombres y mujeres buscaban tierra para vivir.

Uno de ellos era Yabir ibn Hayyan, un joven descendiente de una familia que había vivido en la cora de Elvira, pero que había decidido marcharse lejos de las disputas y los impuestos que el emir Abderramán II empezaba a endurecer. Sabía de agricultura, de agua, de plantar en seco y de sembrar en humedad. Traía consigo una yegua, una azada y un cántaro de barro.

Cuando llegó al valle, vio algo que le cambió la vida: agua brotando de la piedra. Una fuente clara, rodeada de matorrales, que descendía por la pendiente formando un hilillo que podía ser guiado. Pensó: "Aquí se puede vivir". Y se quedó.

Con él venía un pequeño grupo: tres familias, una partera, dos jóvenes huérfanos. Levantaron casas de piedra y barro, con techos de ramas y cañas. Lo primero que hicieron fue trazar un canal primitivo para llevar el agua hasta un pequeño bancal. Plantaron cebada, habas, higos y lentejas, y alrededor pusieron granados y almendros.

No había caminos aún, solo sendas de cabras. No había plaza ni mezquita, solo una piedra grande junto a la fuente, donde rezaban mirando al este. Las noches eran silenciosas, salvo por los perros y el canto lejano de los búhos. El miedo a los lobos, a los bandidos, a las sequías, era constante. Pero el agua seguía fluyendo, y eso bastaba.

Los niños dormían sobre esteras, las mujeres cocinaban en hornos de barro, y los hombres salían al monte a recoger leña y buscar nuevas fuentes. Casi todo se hacía en común. Cuando nacía un niño, todos cantaban. Cuando moría alguien —y morían muchos—, lo envolvían en lino, lo enterraban en la colina y sembraban romero sobre la tumba.

Un día, mientras caminaba por el barranco, Yabir encontró una piedra tallada. Era visigoda, sin duda. Un fragmento con letras que no entendía. La llevó a la fuente y la colocó como escalón. Así, el pasado se convirtió en base del presente.

Aquel año, una tormenta arrasó parte del bancal, pero nadie se fue. Porque ya no estaban de paso. Habían encontrado su tierra. Un lugar con agua, con sol, con silencio y memoria. Lo llamaron, en voz baja, "Málayis", palabra tomada del árabe vulgar que usaban, algo parecido a “el lugar entre manantiales”.

Y así nació Melegís. No con campanas ni conquistas. Sino con un sorbo de agua, una semilla y un nombre dicho al viento.

 

Ilustración:

Melegís en el siglo IX, con Yabir guiando el agua desde la fuente y las primeras familias construyendo su vida en el valle. Un paisaje sencillo, realista, con la tierra aún virgen y empezando a ser hogar.

 

 


 

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