27 marzo 2025

Melegís en el siglo VIII


(Recreación histórica)

 

(Siglo VIII, una época de grandes cambios en la península ibérica: la llegada de los musulmanes en el año 711 y el inicio del dominio de Al-Ándalus. En estos primeros tiempos, las zonas rurales como el Valle de Lecrín estaban probablemente escasamente pobladas, con restos de villas visigodas o romanas, y nuevas familias musulmanas recién asentadas, organizando poco a poco el paisaje en forma de pequeñas alquerías.

En este contexto, Melegís no existía aún como núcleo con ese nombre, pero es muy probable que hubiera ya una presencia agrícola dispersa, tal vez ligada a antiguos propietarios visigodos que se islamizaron o pactaron con los nuevos gobernantes. El relato se sitúa en ese tiempo de transición profunda, cuando aún conviven el viejo mundo visigodo con el nuevo mundo andalusí).

 

“Los que se quedaron”

Año 753 – tierras del futuro Melegís, en los inicios de Al-Ándalus

 

El valle aún no tenía nombre. O si lo tenía, lo sabían solo los pastores viejos y los pájaros. La tierra era suave, fértil, y el agua corría por arroyos naturales que se desbordaban en primavera. En lo alto de una loma había una vieja villa visigoda abandonada, de la que quedaban muros bajos, una tinaja rota, y el esqueleto de una pila de baño.

Lucio, hijo de padre visigodo y madre del sur, había nacido allí, en el tiempo en que los musulmanes ya eran dueños de la tierra, pero aún no habían llegado del todo a las aldeas pequeñas. Vivía con su hermana y un pequeño grupo de familias que no se marcharon cuando llegaron los jinetes de oriente. No ofrecieron resistencia, tampoco obediencia inmediata. Solo siguieron sembrando.

Cuando un grupo de familias musulmanas llegó al valle —algunos de origen árabe, otros bereberes—, no hubo batalla. Hubo conversación. Intercambiaron trigo por cabras, semillas por herramientas, y poco a poco fueron compartiendo la tierra. Los nuevos traían saberes distintos: cómo trazar canales, cómo conservar el agua, cómo injertar un peral sobre un espino. Los viejos enseñaban cuándo soplaba el viento seco, dónde dormía el jabalí.

Lucio aprendió rápido. Comenzó a hablar en una lengua mixta, a orar a su modo pero con respeto, a vivir entre dos mundos. Se convirtió en un puente. Ayudaba a levantar casas de tapial, a plantar moreras, a buscar los mejores puntos de agua.

Los días eran largos y llenos de trabajo. Las mujeres molían grano, preparaban tortas en piedras calientes, recogían hierbas y frutos silvestres. Los hombres limpiaban el monte, sembraban habas, cuidaban las colmenas. No había caminos marcados, pero las sendas se abrían con los pasos.

El viernes se reunían bajo una encina grande. Un hombre mayor, de los recién llegados, recitaba palabras del Corán. Lucio escuchaba en silencio. Luego, por la tarde, tocaba su flauta junto al arroyo, como le enseñó su padre. Y en la música, el pasado y el futuro se encontraban sin pelearse.

Ese año, nació el primer niño que fue llamado con dos nombres: Abd-Lucio. Uno musulmán, otro visigodo. Era el primer hijo del valle nuevo.

Y aunque nadie lo sabía aún, en aquella confluencia de culturas, lenguas y aguas… había nacido Melegís.

 

Ilustración:

Melegís en el siglo VIII, con Lucio y las primeras familias musulmanas y visigodas conviviendo, construyendo juntos una vida nueva en el valle.

 

 


 

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