(Relato histórico)
"Las manos de Zayd"
Melegís, año 1375, en tiempos del Reino Nazarí de Granada
Zayd se levantaba cada día antes del alba, cuando la luz aún no se colaba por los alfeizares de su casa de adobes encalada. Tenía doce años y ya era hábil con las acequias, como su padre y su abuelo antes que él. El agua lo era todo en Melegís. En esta alquería morisca, la vida giraba en torno al riego, al olivar, a los granados y a los bancales de morera.
Su madre, Fátima, amasaba pan de cebada cada mañana, lo cocía en un horno comunal del barrio, y lo servía caliente con aceite y almendras molidas. A veces, si había suerte, acompañaban la comida con queso de cabra o gachas dulces de harina tostada con miel. El almuerzo era simple, pero lleno de sabor: lentejas, habas tiernas, higos secos o alguna gallina criada en corral.
La familia de Zayd cultivaba olivos y naranjos en una finca al pie del barranco. En primavera, el aire se llenaba de azahar, y en otoño, de las risas de los jornaleros que recolectaban aceituna. Las mujeres lavaban en la fuente y tejían con hilo de lino, mientras los hombres construían albercas y canalizaban el agua como si fueran ingenieros de Al-Ándalus.
Melegís era una pequeña joya del Valle, con casas blancas encaramadas a las lomas y huertos bien trazados que bebían del agua canalizada con precisión casi matemática. En los patios florecían jazmines y rosas, y en el zoco semanal —pequeño, pero vivo— se intercambiaban dátiles, tejidos y alfarería. Los sabios del pueblo enseñaban a leer en árabe y recitaban versos del Corán junto a las fuentes.
Zayd soñaba con ser alfaquí, un sabio que conociera no solo las escrituras sagradas, sino también las estrellas, los nombres de las plantas, y el secreto de las aguas. Pero el destino le tenía otros planes.
Una tarde, mientras limpiaba una acequia obstruida cerca de la plaza, oyó el galope de caballos. Eran soldados del emir, que venían a inspeccionar los caminos del Valle y a recaudar tributos. Zayd los miró con ojos abiertos, y uno de ellos, un hombre de barba negra y mirada severa, le preguntó si sabía leer. Zayd asintió con timidez.
Días después, su padre lo despidió entre lágrimas: Zayd sería llevado a Granada, a la escuela de los escribas. "Llévate este aceite —le dijo su madre—, y que no se te olvide el sabor de Melegís". Zayd se marchó entre los almendros en flor, con las manos todavía manchadas de barro de la acequia y el corazón lleno de nombres que solo se decían en su valle.
Nunca olvidó su tierra. Años más tarde, convertido en escribano del palacio nazarí, escribió en sus cuadernos de pergamino:
“Allí donde el agua canta y los olivos susurran al viento, allí quedó mi infancia: Melegís, jardín entre las montañas.”
Ilustración:
Escena inspirada en Melegís durante el siglo XIV, con Zayd y su padre trabajando en las acequias, y el ambiente rural morisco del Valle de Lecrín.
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