Siglo XI en Melegís
(Relato histórico )
(Fundación de Melegís como tal, antes lo que había era una
pequeña alquería no un pueblo como tal, dentro del marco más probable: El siglo
XI, en época andalusí, cuando se consolidan muchas de las alquerías del Valle
de Lecrín. Partimos de un tiempo donde los musulmanes ya llevan generaciones en
la península y han creado una cultura agrícola muy avanzada, basada en el agua,
la tierra, el conocimiento de las plantas… y una profunda conexión con el
paisaje).
“El nombre de Melegís y su fundación”
Al-Ándalus, año 1042 – Valle del Lecrín
Se llamaba Yúsuf ibn Narsís, y era nieto de uno de los
sabios de la ciudad de Elvira, donde se decía que los libros hablaban más alto
que los soldados. Pero Yúsuf no era un hombre de pergaminos: amaba el agua, la
tierra húmeda, y el silencio de los valles donde se podía construir algo nuevo.
Fue él quien, tras atravesar la sierra desde la Vega,
encontró aquel rincón fértil, en un valle donde el agua descendía por las
laderas como si el cielo mismo se deshiciera en acequias. Había árboles
salvajes —almendros, lentiscos, encinas— y también restos de antiguos muros de
piedra, quizás de alguna alquería visigoda ya desaparecida.
Con un grupo de familias —agricultores, tejedores,
carpinteros, una partera y dos sabios del agua— decidieron fundar un nuevo
lugar para vivir. Escogieron una ladera abrigada del viento, cercana a una fuente
que no se secaba nunca. Aquel lugar pasó a llamarse, con el tiempo, “Málayis”,
palabra que algunos decían que significaba “lugar entre aguas dulces y campos
suaves”. Con los siglos, el nombre se haría más breve y redondo: Melegís.
Los primeros años fueron de esfuerzo. Se levantaron casas de
tapial y adobe, con tejados de madera de castaño, patios interiores y hornos de
leña. Se construyeron las primeras acequias, copiando el modelo granadino: con
desniveles, compuertas de madera y pequeños puentes. Se plantaron morales para
la cría del gusano de seda, se injertaron olivos y naranjos, se sembraron
hortalizas con simiente traída de la vega.
Yúsuf, que amaba el agua más que a las palabras, fue
nombrado saqqá, maestro del riego. Su labor no era solo técnica: era
espiritual. Repartía el agua con justicia, siguiendo los ciclos de la luna y el
consejo de los sabios. A veces recitaba versos del Corán mientras caminaba por
los márgenes, porque el agua, decía, “escucha si le hablas con respeto”.
Los hombres trabajaban la tierra desde el alba: podaban,
cavaban, recolectaban, criaban cabras y gallinas. Las mujeres tejían, molían
grano, elaboraban ungüentos con higos secos y hojas de olivo. Cuando nacía un
niño, se celebraba con pan dulce y leche caliente; cuando alguien moría, se
envolvía en lino blanco y se rezaba mirando a la Meca.
La alquería creció. Se construyó una pequeña mezquita,
orientada hacia el este, con un alminar bajo. Se trazó un zoco semanal, donde
se intercambiaban cestos de mimbre, miel, jabón de ceniza, y vasijas de barro
cocido. Y, con los años, Melegís se convirtió en un lugar de paso, donde
viajeros venidos del sur paraban a beber y descansar antes de cruzar hacia la
Vega.
Una tarde, Yúsuf se sentó bajo un almendro en flor y le dijo
a su nieta:
—Este lugar no es nuestro por derecho, sino por cuidado. Si
lo cuidas, te pertenece. Si lo olvidas, se irá.
Y cuando Yúsuf murió, anciano y en paz, lo enterraron cerca
de la acequia principal, bajo una piedra sin nombre, como él pidió.
Con los siglos, el pueblo creció. Llegaron guerras, cambios
de reinos, nombres nuevos. Pero el agua siguió corriendo por las acequias que
él trazó, y los naranjos siguieron floreciendo donde él los plantó.
Y aunque nadie recuerda ya su rostro, Melegís guarda su
nombre entre los surcos. Y cada vez que alguien abre una compuerta, o riega una
parra, o escucha al agua hablar entre piedras, algo de Yúsuf aún sigue allí.
Ilustración:
La fundación de Melegís en el siglo XI, con Yúsuf y sus
gentes trabajando la tierra, trazando las acequias y levantando el primer
asentamiento bajo almendros en flor.
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