Entre libros, caminos y justicia (1989–1992)
Relato de Miguel Ángel Molina Palma
A los veinticinco años, Miguel Ángel Molina Palma sintió que su vida pedía nuevos horizontes. Trabajar como ordenanza en la Caja Postal había sido una etapa de estabilidad, pero no de plenitud. Por eso, en 1989, pidió una excedencia voluntaria. No era una huida, sino una búsqueda: quería probar otros trabajos, descubrir nuevas habilidades, ensayar otros sueños. Y así lo hizo.
Ese verano trabajó como camarero en la cafetería Los Montero de la calle Fuencarral, y después en el museo del Jamón, en la calle Gran Vía de Madrid y más tarde se sumergió en el agua —esta vez como monitor de natación en Torrevieja y Almoradí (donde asistí a las fiestas de moros y cristianos del pueblo), enseñando a nadar a niños y adultos junto a su amigo Alberto Romero. Por las mañanas en piscinas municipales, por las tardes en privadas. El agua era símbolo de movimiento, de limpieza, de cambio. Como él.
En septiembre inició el curso de seguridad y vigilancia en Grupo 4 Securitas, con formación en incendios y primeros auxilios. Pero el camino que más lo atrajo fue el de la palabra: vendió libros con Plaza y Janés, primero en Madrid, después por toda España en autocaravana junto a su compañero Fernando Llera. Recorrieron Burgos, San Sebastián, Eibar, Sitges, Barcelona, Granada, Torremolinos… Charlaban en hoteles y cafeterías, explicando colecciones literarias, y regalaban palabras como si fueran llaves a otros mundos. En Eibar incluso participaron en un homenaje a Camilo José Cela, recién galardonado con el Nobel.
De esa etapa nómada brotaron versos nuevos: "Y si el sol no existió jamás", "Persistiré", "La nostalgia de tu infancia". La poesía seguía siendo su patria íntima. Pero a finales de 1990 regresó a Granada, esta vez con una meta clara: prepararse para las oposiciones a la Administración de Justicia. Se inscribió en el INEM, compartió piso con sus hermanas y se sumergió en apuntes, leyes y academias. Participó activamente en la vida social del Valle, presentándose a las elecciones municipales de 1991 con la "Alternativa Verde y Blanca del Valle".
En septiembre de ese año ingresó en la academia Napoleón con el preparador Jesús Vega. Rodeado de opositores —Enrique, Herminia, Marisol, Ángel, Conchi— comenzó a construir el futuro con lápiz, subrayador y voluntad. En junio de 1992, tras mucho esfuerzo, aprobó el segundo ejercicio de la oposición con un 6,67. Y en diciembre tomó posesión como Auxiliar de Justicia en el Juzgado de Primera Instancia nº 6 de Huelva.
El cambio fue total: alquiló un piso en la calle Paco Isidro, conoció nuevos compañeros —Jesús Navarro, Manolo Portal—, se compró su primer televisor y comenzó a dar clases como preparador de opositores. En abril de 1993 conoció a Angélica, una alumna, con quien empezó una relación que incluyó escapadas a Granada y paseos por la Alhambra, la Cartuja y las tascas de Pedro Antonio.
Fue también en Huelva donde descubrió la Tertulia del 1900, organizada por Uberto Stabile, un foco cultural y poético que le abrió otras puertas: Juan Venegas Columé, Pilar María Domínguez Toscano, Pedro Javier Martín Pedros… Allí compartió versos, escuchó otros, respiró literatura.
En paralelo, observaba con espíritu crítico el funcionamiento de la justicia desde dentro. Anotaba con precisión los déficits del sistema, las disfunciones, la precariedad, la informalidad que, en sus palabras, rozaba la ilegalidad. Reivindicaba la dignidad del funcionario de base, la formación continua, la necesidad de medios reales, la importancia de hacer justicia con justicia.
Entre 1989 y 1992, Miguel Ángel no solo transitó por ciudades, trabajos y pasiones. Transitó por sí mismo. Del ordenanza al vendedor, del opositor al funcionario, del observador al escritor comprometido. Fue un tiempo de siembra y construcción, de versos y certezas, de amores y luchas. Porque, como él escribió, "el impulso natural del hombre es avanzar y progresar". Y eso fue, precisamente, lo que hizo.
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