5. Miguel Ángel Molina Palma: Relato de vida entre
los 29 y 30 años (1993–1995)
A los 29 años, Miguel Ángel vivía en un equilibrio
entre la pasión literaria, el compromiso con la formación de opositores y una
intensa vida personal. En el verano de 1993, el amor tenía nombre propio:
Angélica. Juntos disfrutaron de escapadas a Granada, alojándose en los hoteles
Reina Cristina y Sacromonte, y más adelante, junto a la hija de ella,
compartieron un retiro en el Balneario de Tolox, en plena sierra malagueña, donde
los vapores curativos y el murmullo de la historia impregnaban el alma y la
piel.
En octubre, Miguel Ángel escribió uno de sus poemas
más emotivos, titulado simplemente Angélica, donde la comparaba con la Vega de
Granada, con el mar, la lluvia y la pureza del aire. Sin embargo, el inicio de
1994 trajo el fin de aquella relación.
Desde el corazón de Huelva, donde residía y
trabajaba en la Administración de Justicia, su vida se organizaba en torno a la
palabra. Publicó Viento de polvo y éter, su primer poemario, con una edición de
500 ejemplares, cristalizando años de sensibilidad y observación. En paralelo,
se volcó en su vocación pedagógica, preparando a decenas de alumnos para las
oposiciones. Sus esquemas, normas de estudio, correcciones, psicotécnicos y
temas legales eran parte de su día a día, y los fines de semana se dedicaban a
organizar materiales y perfeccionar el método.
Su implicación se extendía a la cultura local. En el
Bar 1900 de Huelva, compartía tertulias literarias con figuras como Uberto
Stabile, Francis Rosales, Isabel Linares y otros escritores que presentaban sus
obras. Allí se hablaba de poesía, de arte, de política… y de la vida. En abril
de 1994 asistió a un recital de la cantante Cinta Hermo, quien le cautivó con
su raíz flamenca y su experiencia internacional.
En junio regresó a Melegís, su pueblo natal, para
las fiestas de San Antonio de Padua. Fue una vuelta a las raíces, a los cohetes
que le retumbaban en los oídos, a las misas en la Plaza de la Iglesia, a los
pasodobles y a las mayorets desfilando. En agosto, volvió al Balneario de
Tolox, esta vez con una nueva ilusión: Fátima. Pero aquella historia no cuajó,
y con el tiempo quedó en el recuerdo como un encuentro que no llegó a encajar
con su energía vital.
A los 30 años, su rutina se diversificó aún más. Dio
clases a varios grupos de opositores, clasificándolos en niveles y organizando
planes semanales que reflejaban una clara vocación didáctica. Su agenda estaba
plagada de nombres: Cinta, Mariló, Juan Venegas Columé, Baltasar, Rosa Isabel,
José Carlos… muchos de ellos aprobaron el primer examen, y sus éxitos también
eran suyos.
Mientras tanto, estudiaba para sacarse el carné de
conducir, leía a Camus, a Lorca, a Platón, a Fromm y veía películas como
Forrest Gump, El club de los poetas muertos o La profecía IV. Su dieta cultural
era tan rica como su vida interior. El 10 de mayo de 1995, en su trigésimo
primer cumpleaños, celebró con sus compañeros de trabajo en la Cafetería
Donnino, justo después de haber trabajado con dedicación en la Junta Electoral
de Zona, colaborando en la preparación de las elecciones municipales.
Aquella primavera de 1995 también fue un reencuentro
con Melegís, donde pasó la Semana Santa escribiendo en su agenda, revisando
álbumes familiares, paseando con su tío Marcelino, acudiendo a misa, bailando
sevillanas con su hermana y debatiendo sobre política local con amigos como
Antonio Morillas y Joaquín Montosa. De vuelta en Huelva, su vida seguía el
compás del trabajo judicial, las tertulias culturales, el estudio, los paseos
por el barrio Obrero y los encuentros en bares como El Trastero, Latino o el
emblemático 1900.
Sus escritos reflejan un deseo firme de evolución
personal: abandonar los malos hábitos, vivir con más coherencia, ganar en
autodominio y comunicación. El 30 de abril de 1994 escribió: “Hoy quiero nacer
de nuevo en esta tierra aún nueva y llena de posibilidades para mí”. Así, entre
la enseñanza, la justicia, la poesía y los proyectos de vida, Miguel Ángel
vivía su madurez con el alma encendida.
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