Aquí os traigo una historia con aires de leyenda, mezclando
elementos reales del entorno con un toque mágico. Una historia que podría haber
sucedido en cualquier esquina de Albuñuelas… o que quizás aún se murmura entre
sus calles.
“El secreto de la
almendra partida”
Albuñuelas –
Barrio Bajo, año incierto
Cuentan que hace muchos años, en el Barrio Bajo de Albuñuelas,
vivía un hombre solitario llamado Don Leandro, que recogía almendras para
venderlas peladas, sin cáscara, en Granada.
Pero no era un agricultor común.
Decían que tenía un don: podía saber si una almendra era
dulce o amarga solo con mirarla.
Nadie sabía cómo lo hacía.
Las mujeres del pueblo decían que era cosa de brujería.
Los niños pensaban que las almendras le hablaban al oído.
Él solo decía:
—“Las buenas se esconden donde nadie las espera.”
Un día, mientras caminaba por una vereda de La Loma, encontró
una almendra muy extraña:
más grande, con la cáscara marcada como si alguien le
hubiera escrito encima con una uña.
La partió con una piedra, como siempre.
Y dentro, en vez de la pepita blanca, encontró un papel
minúsculo, enrollado como un cabello.
Decía:
“Quien guarde esta almendra sin romperla,
verá florecer lo que creía perdido.”
Don Leandro, por primera vez, no dijo nada.
Se guardó el papel y volvió a su casa.
Plantó el resto de la almendra en una maceta,
y la regó durante cuarenta días.
Cuarenta días después, brotó un almendro rojo.
Sí, rojo.
Con flores del color del vino.
Y cada almendra que daba… sabía a fruta.
Dulce.
Como higo.
Como membrillo.
Como infancia.
Don Leandro nunca vendió ese fruto.
Solo lo compartía con quienes le contaban un secreto a
cambio.
Hoy, en Albuñuelas, algunos ancianos dicen que ese almendro
ya no está…
pero que cada vez que parte una almendra y les sabe a uva,
es que Don Leandro anda cerca.
Mirando desde La Loma.
Y esperando que alguien vuelva a encontrar la almendra
marcada.
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