Vamos ahora a la época morisca de Albuñuelas, cuando el pueblo era un lugar habitado por descendientes de musulmanes que, tras la conquista cristiana, habían sido obligados a bautizarse y vivir bajo estricta vigilancia. Sin embargo, en sus casas, sus huertas y sus susurros, aún sobrevivían sus costumbres, su lengua, y su fe.
Aquí tenéis una leyenda morisca, ambientada en Albuñuelas en el siglo XVI, cuando la represión era fuerte, pero el alma no se rendía.
“El rezo del almendro”
Leyenda morisca de Albuñuelas
En tiempos del Rey Felipe II, cuando los moriscos ya no podían rezar en árabe ni ayunar en Ramadán,
ni pronunciar el nombre de sus antepasados,
vivía en el Barrio Alto de Albuñuelas una mujer llamada Fátima ben Saad.
Había nacido ya bajo la cruz, pero guardaba en su corazón la luna.
Su padre le había enseñado a sembrar en silencio,
a mirar la posición de las estrellas para saber cuándo recoger la granada,
y a recitar el “bismillah” bajito,
cuando el pan salía del horno.
En su patio tenía un almendro grande, torcido por el viento.
Y bajo ese almendro, cada noche,
Fátima se sentaba a rezar con las manos abiertas, sin palabras.
Decían las vecinas que hablaba con las ramas.
Que el árbol le respondía.
Pero nadie la delató.
Porque todas, en el fondo, rezaban algo en lo hondo que no podían confesar.
Un día, llegaron soldados desde Granada.
Buscaban herejías.
Quemaron manuscritos, rompieron cántaros con inscripciones árabes,
y entraron en las casas buscando señales.
Fátima no se escondió.
Solo se sentó bajo su almendro.
Y esperó.
Cuando los soldados la vieron, preguntaron qué hacía.
Ella respondió:
—“Espero a que florezca.”
—“No hay flores en septiembre”, dijeron ellos, burlones.
Pero en ese momento, el almendro soltó una sola flor blanca,
y cayó en su regazo.
Los soldados callaron.
Y se marcharon.
Desde entonces, cada vez que en Albuñuelas un almendro florece fuera de temporada,
las mujeres dicen bajito:
“Fátima ha rezado.
Y la flor la ha oído.”
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