05 abril 2025

11. Miguel Ángel Molina Palma a los 37 años


11. Miguel Ángel Molina Palma a los 37 años

(Relato de vida en 2001–2002)

 

A los 37 años, Miguel Ángel Molina Palma vivía en Málaga, inmerso en una vida rica en contrastes, crecimiento personal y búsqueda interior. Combinaba su trabajo en la Administración de Justicia con sus estudios en Naturopatía y Quiromasaje, que realizaba por las tardes en Acena, persiguiendo con pasión una vida más alineada con lo natural, lo espiritual y lo humano. Su agenda estaba llena de clases, prácticas de masaje, viajes, reflexiones, sueños, actividades culturales… y también, de una historia de amor que marcaría profundamente aquel año.

 

En agosto de 2001, Miguel Ángel emprendió un viaje a Venezuela, una travesía transformadora que lo llevó desde Caracas hasta las montañas del Táchira, cruzando valles y pueblos pequeños. Fue allí, en un rincón místico y sereno de ese país, donde conoció a Cecilia Chacón, una joven química apasionada por la electroquímica, de voz dulce y espíritu firme. Entre rituales del Lumen de Lumine, excursiones por los Andes y charlas sobre ciencia, fe y alma, nació un vínculo intenso, casi inesperado, que con el tiempo creció más allá de la distancia.

 

Al regresar a Málaga, su vida cotidiana recobró el ritmo habitual: prácticas, clases, estudios, encuentros esporádicos con amigos, salidas a los bares del centro y excursiones a la Axarquía. Pero algo había cambiado. Cecilia seguía presente, y su presencia se filtraba por la pantalla del ordenador, en cada correo que llegaba desde el otro lado del Atlántico. Palabras sinceras, esperanzadas, a veces dolidas, otras llenas de ternura y deseo. Cecilia abría su alma, compartía su lucha en el laboratorio, sus miedos ante la situación política del país, sus conflictos familiares, pero también su esperanza de construir una vida a su lado.

 

Miguel Ángel, por su parte, respondía con profundidad, claridad y sensibilidad. Le ofrecía su verdad: un piso modesto, un estilo de vida sencillo, mucho trabajo, pero también un corazón abierto y una propuesta de futuro. Le escribió con franqueza sobre cómo vivía, qué podía ofrecerle, y cómo podrían verse en Portugal o incluso vivir juntos en Málaga, si ella decidía dar el paso.

 

Mientras tanto, su vida interior seguía evolucionando. Seguía luchando contra sus sombras, su deseo de ser comprendido y amado, su necesidad de vencer el miedo a la soledad y a las emociones no expresadas. Cecilia, con su entrega, su afecto profundo, su inquietud por saber si podía contar con él, ponía sobre la mesa cuestiones de gran calado: ¿Era amor lo que sentían? ¿Estaban dispuestos a luchar contra la distancia y por una vida compartida?

Miguel Ángel sentía que estaba ante una encrucijada: el amor verdadero llamaba a su puerta, y con él la posibilidad de una vida nueva. Cecilia le escribía con el corazón en la mano: “No me voy a permitir perderte”, “Yo también tengo mis temores… pero quiero estar contigo”. Y al mismo tiempo le hablaba de sus aspiraciones: llevarse a su madre, seguir su carrera, buscar el doctorado… un futuro lleno de planes que, si él aceptaba, sería también suyo.

 

Fue un año de correspondencia intensa, de mensajes llenos de poesía, de luchas cotidianas, de sueños compartidos y de muchas preguntas abiertas. Miguel Ángel comprendía que no era fácil para Cecilia dar el salto. Venezuela vivía una situación crítica, con paros, protestas y un golpe de Estado. Pero ella seguía escribiéndole, haciéndole partícipe de cada logro académico, de cada tropiezo emocional, de cada avance en su tesis.

Y así, entre clases de masaje, paseos por el río, lecturas de espiritualidad, cenas familiares y madrugadas escribiendo, Miguel Ángel vivió uno de los años más intensos de su vida. El amor cruzaba el océano y se mantenía vivo a través de palabras, canciones, recuerdos, deseos no cumplidos y promesas por definir.

 

A los 37 años, Miguel Ángel vivía con el alma abierta, dispuesto a entregarse, pero también consciente de sus propios ritmos, de sus necesidades de calma y reflexión. Aprendía a no huir del amor ni de sí mismo. Y aunque no sabía cómo acabaría aquella historia con Cecilia, sabía que, en el fondo, algo muy profundo y hermoso se había despertado en él. Y eso, fuera cual fuera el desenlace, ya era un regalo inmenso.

 


 

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