27 marzo 2025

El día que Chite enmudeció

 


En Chite, todo el mundo sabe que el 28 de diciembre no es un día cualquiera. Es el Día de los Santos Inocentes, y el pueblo se transforma: los vecinos se disfrazan, se intercambian los nombres, los papeles, las casas y hasta los animales. El alcalde puede ser un niño, la abuela se convierte en cura, y el cartero reparte cartas vacías con sellos de mentira.

Pero hubo un año, no hace tanto, en que nadie se disfrazó. Nadie gastó bromas. Nadie rió.

El pueblo amaneció en silencio. Las calles vacías, la plaza callada, la charanga sin instrumentos. Nadie sabía por qué, solo se miraban unos a otros con la duda cosida al pecho.

Al caer la tarde, un anciano del pueblo, don Matías, sacó una silla al portal y, sin decir palabra, se puso una máscara de cartón vieja y descolorida. Después se colocó un sombrero ridículo y se puso a dar vueltas por la plaza tocando una cuchara contra una cazuela.

A los pocos minutos, un niño se puso una cortina a modo de capa. Una mujer sacó una careta antigua. Otro se pintó bigotes con ceniza. Y en menos de una hora, todo el pueblo volvió a vestirse de risa.

Entonces, alguien preguntó a don Matías:

—¿Por qué nadie había empezado antes?

Y él, con voz pausada, dijo:

—Porque todos esperaban a que lo hiciera otro. Y la inocentada era esa: ver qué pasa cuando se olvida lo que nos hace reír.

Desde entonces, en Chite, hay una nueva tradición: la primera persona en disfrazarse recibe un aplauso colectivo en la plaza. Y cada año, alguien dice en voz alta:

"Que nunca nos falten ganas de hacer el tonto. Que de ser serios ya se encargan los demás."

 

 

 

 

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