27 marzo 2025

Cuentos y Leyendas de Cozvíjar

 



La campana del escarmiento

 

Hace muchos años, cuando en Cozvíjar aún se encendían las farolas con una mecha larga y el alguacil repartía los bandos a viva voz, había en lo alto de la iglesia una campana pequeña que no se usaba para misa ni para funeral. Nadie sabía su origen con certeza, pero se decía que solo debía tocarse en caso de “gran vergüenza”.

El último que la hizo sonar fue un alcalde que, según la historia, quiso hacerse el importante y subió él mismo a tocarla para anunciar que iba a subir los impuestos. El sonido fue tan chillón, tan torpe y fuera de lugar, que los vecinos le respondieron no con protestas… sino con risas. Al día siguiente, alguien había pintado una cuerda que bajaba desde el campanario hasta una silla vacía en medio de la plaza. Encima ponía:

“Para el próximo listo.”

Desde entonces, nadie volvió a tocar esa campana. Pero el pueblo inventó una costumbre secreta: cuando alguien se pasaba de listo, exageraba, o hacía el ridículo en público, los vecinos decían en voz baja:

—“Hoy ha sonado la campana.”

A veces, se encontraba una cuerda atada a una puerta. O un dibujo de una campana en una esquina del bar. Era su manera de recordar con humor que el orgullo en Cozvíjar no dura más que una carcajada.

Y aunque la campana real desapareció tras una obra en la iglesia, muchos dicen que si te portas demasiado serio en el pueblo, o si te crees más que nadie, en algún momento la vas a oír… aunque nadie más la escuche.

 

 

La campana del escarmiento

(Coplilla de Cozvíjar)

 

En lo alto del campanario

dormía una campanilla,

que no sonaba a misa

ni a entierro ni a novilla.

Era chica y orgullosa,

de sonido mal templado,

y decía la leyenda:

“Tócala y serás burlado.”

Un alcalde presumido

la tocó por su capricho,

y al querer subir impuestos,

le llovió hasta el botijo.

Le pintaron una cuerda

que bajaba hasta la plaza,

y una silla con cartel:

“Aquí se sienta la guasa.”

Desde entonces en el pueblo,

cuando alguien mete la pata,

nadie grita ni lo riñe…

¡solo suena la campana!

No la oyes con los oídos,

ni la ves en ningún lado,

pero si haces el ridículo…

ya verás cómo ha sonado.

 

 

 

La campana del escarmiento – Segunda parte

 

Aquel verano, cuando el calor reventaba las aceitunas en los árboles y la sombra de la iglesia se volvía el lugar más cotizado del pueblo, llegó a Cozvíjar un forastero con pinta de saberlo todo. Gafas de sol, camisa apretada, voz alta y sonrisa torcida. Era de ciudad, de esas donde ya no se ve el campo ni por la televisión.

Entró al bar como si entrara a su casa, y sin que nadie le preguntara, empezó a soltar:

—“El vino de aquí es flojillo, ¿eh? Donde yo vivo tiene más cuerpo.”

—“El aceite… demasiado verde.”

—“Y este jamón... bueno, no está mal, pero el de mi tierra…”

Los vecinos no dijeron ni pío. En Cozvíjar se escucha antes de hablar, y cuando hay que hablar… se hace sin perder la gracia. Nadie le llevó la contraria, pero entre mirada y mirada, los parroquianos se fueron entendiendo sin palabras.

Fue entonces cuando uno, sin prisa, ató una cuerda al respaldo de la silla del forastero. Otro sacó una servilleta y escribió con buena caligrafía:

“Prueba esto y calla un mes.

—Firmado: la campana.”

Después, en la siguiente tapa, le sirvieron vino de la casa, chorizo del pueblo y pan de horno, con una sonrisa de esas que no se compran.

El hombre probó, tragó, y se quedó callado. Tan callado, que por un momento, hasta la campana del escarmiento pareció sonar sin que nadie la tocara.

Desde aquel día, el forastero no volvió a presumir. Y cuando hablaba de Cozvíjar, lo hacía bajito, con respeto. Decía que había un pueblo por ahí, en un rincón de Granada, donde hasta el silencio tiene sentido del humor.

Y aunque nadie ha vuelto a ver la campana real, algunos aseguran que sigue ahí, en lo alto del campanario o escondida en el corazón del pueblo, esperando su momento. Porque en Cozvíjar, el que se pasa de listo no se lleva un castigo… se lleva una lección contada con risa.

Y eso, en los tiempos que corren, vale más que mil sermones.

 

 

La campana del escarmiento (II)

(Segunda parte de la coplilla de Cozvíjar)

 

Un forastero una tarde

llegó al bar con aire tieso,

presumía de sus tierras

y de un cochino travieso.

Dijo que en su pueblo el vino

sabía a gloria bendita,

y que el aceite de aquí

“no sirve ni pa’ una frita.”

Le miraron con sonrisa,

nadie quiso discutir,

pero al rato, en su respaldo,

¡la cuerda volvió a salir!

En la tapa de su copa

le pusieron una nota:

“¡Prueba esto y calla un mes!”

—firmado: la campanota.

Desde entonces va diciendo

que Cozvíjar tiene embrujo,

que aquí el aire huele a risa

y el orgullo dura un suspiro.

Porque en el pueblo no hay penas

que no cure una guitarra,

y la campana no juzga…

pero el que alardea, ¡la paga!

 

 

 

La campana del escarmiento – Tercera Parte

 

No todo el que mete la pata en Cozvíjar viene de fuera. A veces, la campana apunta más cerca de lo que uno quisiera.

Corría la víspera de la romería de San Isidro, y el pueblo estaba volcado preparando carrozas, limpiando aperos y haciendo migas para un ejército. Entre ellos andaba Paco "el Largo", un vecino conocido por tener más historias que canas, y más lengua que prudencia.

Paco llevaba días diciendo que ese año su carroza iba a ser la mejor de todas. Que iba a hacer sombra a la del año pasado, que le iba a poner ruedas de tractor, luces de colores, un gallo vivo y hasta un motor, "pa que subiera sola al alto". Quien más quien menos, todos sabían que Paco era un exagerado con gracia, pero ese año... se estaba pasando tres pueblos.

El día de la romería, todos esperaban su famosa carroza. Y apareció, sí. Pero no era un remolque con adornos. Era una carretilla con una sombrilla rota, dos macetas y una gallina nerviosa atada con un cordel. Encima llevaba un cartel que decía:

"Carroza oficial del orgullo local."

La gente estalló en carcajadas. Paco, entre rojo y orgulloso, dijo que lo había hecho a propósito, “pa dar la nota”. Pero justo al pasar frente a la iglesia, una cuerda colgaba desde el campanario hasta su carretilla. Y amarrada a la cuerda, una nota:

“Te ha sonado, Paco.

Con cariño, la campana.”

Desde entonces, Paco no se ha perdido una romería más… pero ahora habla bajito, con media sonrisa, y lleva flores a la iglesia antes de cada fiesta. Por si acaso.

Porque en Cozvíjar, la campana del escarmiento no humilla: enseña. Y su lección es clara:

“No hay vergüenza en reírse de uno mismo.

La única que se ríe mal… es la soberbia.”

 

Verso final de la campana

 

Tres veces sonó la historia

en las calles de Cozvíjar:

una al listo de los impuestos,

otra al que vino a juzgar,

y la última al fanfarrón

que la romería iba a ganar.

Pero en cada campanada

no hubo rabia ni castigo,

solo un eco de cariño

disfrazado de castigo.

Porque aquí nadie se escapa

si presume más de la cuenta,

pero el pueblo te perdona

con una cuerda… y la fiesta.

Así suena la campana

cuando el orgullo resbala:

no te juzga ni te grita…

solo ríe... y luego calla.

 

 

 

 

La leyenda del cerdo que desaparecía

 

En Cozvíjar, cada diciembre se celebra la Fiesta de la Matanza, una jornada en la que los vecinos asan un cerdo en la plaza, lo reparten y brindan entre risas, vino y migas. Pero hay una historia que los mayores recuerdan con media sonrisa y media duda: la del cerdo que no quería ser comido.

Dicen que, hace muchos años, un cerdo enorme fue comprado por el ayuntamiento para la matanza. Era tan grande que lo apodaron "El Capitán", y los niños del pueblo iban a verlo cada tarde al corral. Pero era un animal curioso: no gruñía, sino que parecía emitir un sonido entre risa y suspiro.

La noche antes de la matanza, alguien del pueblo —nadie sabe quién— le colocó al animal una campanilla en la oreja izquierda, “para distinguirlo en la gloria”, decían en broma. Pero cuando amaneció, el corral estaba vacío. No había rastro del cerdo, ni huellas, ni ruido, ni puerta abierta. Solo un cartel colgado de una cuerda que decía:

"El Capitán no se rinde. Nos vemos el año que viene."

Muchos pensaron que había sido una broma de los quintos. Otros, que se trataba de una travesura de la misma Fiesta de los Inocentes. Pero al año siguiente, cuando se compró un nuevo cerdo para la fiesta… desapareció de la misma forma. Esta vez, dejaron un nuevo cartel:

"El Capitán sigue de ruta. Si quieren cerdo, ¡síganme el rastro!"

Desde entonces, en la matanza de diciembre, siempre se comenta en voz baja:

—¿Y si este también se escapa?

Y algunos dicen que, si prestas atención mientras asan la carne, se oye a lo lejos una campanilla entre olivos, como si "El Capitán" aún anduviera suelto, burlando el cuchillo, esperando el próximo diciembre.

 

 

 

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