El túnel de Mondújar: Un Secreto del Pasado
Era el año 1490, y en el corazón del Reino de Granada, los últimos vestigios del poder musulmán luchaban por resistir ante la implacable avanzada de los Reyes Católicos. En la pequeña alquería de Mondújar, encajada entre montañas y olivos, se alzaba una antigua fortaleza en ruinas: el castillo donde vivía prisionera, con dignidad silente, Morayma, la esposa del rey Boabdil.
Aunque cautiva, Morayma no estaba sola. Aún contaba con la fidelidad de algunos moriscos y de viejos guardianes que habían servido a su casa en tiempos mejores. Entre ellos, uno destacaba: Yusuf ibn Amar, un joven que conocía los senderos del Valle como la palma de su mano, valiente y silencioso, con ojos oscuros como la noche sin luna.
Aquella noche, Yusuf se deslizó por los olivares con paso ligero. El cielo estaba cubierto, y sólo los grillos rompían el silencio. Llevaba en su zurrón un mensaje escrito en letra menuda, sellado con el anillo de Boabdil. El rey, aún resistiendo en la Alpujarra, pedía a Morayma que huyera: la ciudad de Granada estaba por caer.
No podía usar caminos visibles. La vigilancia cristiana aumentaba cada día. Por eso, Yusuf se dirigió a la entrada del antiguo pasadizo, una abertura oculta tras el muro de la mezquita de Mondújar, aún intacta por entonces. Aquel túnel había sido excavado décadas atrás, en tiempos de conflictos entre clanes musulmanes, para conectar la aljama con la fortaleza de los Banu Ziri en lo alto del cerro. Solo unos pocos sabían de su existencia, y Yusuf era uno de ellos, gracias a las historias que le susurraba su abuelo, el último imán de la alquería.
Encendió una lámpara de aceite y descendió. El aire estaba denso, cargado de humedad y polvo. A cada paso, el eco de sus pisadas parecía despertar voces antiguas. El túnel, de algo más de un kilómetro, tenía tramos derrumbados, pero aún era transitable. A mitad de camino, Yusuf tuvo que arrastrarse entre piedras y raíces, hasta llegar a una puerta de hierro que cedió con un chirrido. Detrás, la escalera de piedra conducía a los bajos del castillo.
Allí, lo esperaba Morayma, erguida y serena, envuelta en un manto oscuro. No preguntó cómo había llegado Yusuf hasta allí. Sólo asintió cuando él le mostró el mensaje. Sin palabras, comenzó la huida. Cruzaron el túnel juntos, mientras la historia se replegaba en las sombras.
Nadie supo con certeza qué fue de ellos. Algunos dicen que alcanzaron la Alpujarra y que Morayma murió en libertad. Otros, que fueron capturados antes de llegar. Lo único que quedó fue el rumor del túnel. Y siglos después, cuando las máquinas de la autovía rasgaron la tierra, unos obreros tropezaron con un hueco abovedado de ladrillo. Avanzaron algunos metros, vieron marcas antiguas en las paredes… y lo taparon de nuevo, sin saber que, por allí, quizás, caminó la última reina de Granada.
Desde entonces, los más viejos del lugar lo repiten en voz baja: “El túnel existe. Y aún guarda secretos que la historia no ha querido contar.”
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