En Al-Ándalus en el Valle de Lecrín
Durante más de ochocientos años, el Valle de Lecrín fue testigo silencioso de uno de los periodos más fascinantes de nuestra historia: el de Al-Ándalus. No existe comarca en la provincia de Granada donde la huella musulmana haya dejado un legado tan profundo y duradero como en este rincón bendecido entre Sierra Nevada y la Costa Tropical.
Una comarca con nombre propio
En los siglos XI al XIII, los geógrafos musulmanes lo conocían como Iqlīm Laysar, Iqlīm al-Usar o Iqlīm al-Asar, denominaciones recogidas por sabios como al-Udrí e Ibn al-Jatib. Más tarde, Iben al-Zubayr lo denominó Iqlīm Garnāta, destacándolo por su riqueza agrícola y cultural. El Valle de Lecrín, además, formaba parte de la antigua Cora de Elvira, uno de los núcleos más importantes de Al-Ándalus.
Y no es casualidad que también se le llamara Iqlīm al-Qassab, el “distrito de la caña de azúcar”, por ser paso obligado hacia las grandes plantaciones costeras de esta dulce gramínea traída de la India.
Agricultura, cultura y esplendor
Gracias al dominio del arte hidráulico de los musulmanes, el Valle floreció. Se desarrollaron complejos sistemas de acequias y terrazas de cultivo que, en muchos casos, aún siguen en uso. Se introdujeron cultivos que transformarían la economía y el paisaje: cítricos, olivos, granados, almendros y, por supuesto, la caña de azúcar.
La vida diaria se organizaba en torno a las alquerías, pequeños núcleos rurales donde la agricultura y el comercio local eran los pilares fundamentales. El urbanismo, la arquitectura popular, la literatura, el pensamiento y las artes impregnaron cada rincón de este pequeño paraíso andalusí.
Un valle estratégico y codiciado
En su historia, el Valle también fue escenario de luchas y batallas. En el año 755, Abderramán I, el fundador del Emirato de Córdoba, desembarcó en Almuñécar y encontró en el Valle de Lecrín el apoyo de numerosos seguidores que lo ayudaron a consolidar su poder. Más tarde, con Abderramán III, el Califato alcanzaría su máximo esplendor.
Durante la Reconquista, el valle sufrió momentos dramáticos: en 1125, el rey Alfonso I el Batallador lanzó una expedición a la costa granadina. Tras la batalla de Almuñécar, miles de mozárabes —cristianos que vivían bajo dominio musulmán— fueron deportados, cambiando para siempre el equilibrio demográfico de estas tierras.
De las taifas al reino nazarí
Con la fragmentación del Califato y la posterior formación de los reinos de taifas, el Valle de Lecrín pasó a ser una región codiciada. Más tarde, bajo los almohades y finalmente en tiempos del Reino Nazarí de Granada, alcanzó una nueva época de esplendor. Su cercanía a la capital granadina lo convirtió en un lugar estratégico para la agricultura, el comercio y el aprovisionamiento de la ciudad de la Alhambra.
El eco de Al-Ándalus en nuestros días
Hoy, al recorrer sus pueblos blancos como Nigüelas, Melegís, Restábal o Saleres, todavía podemos sentir el susurro de aquella época. El trazado de sus calles, sus sistemas de riego, sus acequias y terrazas nos hablan de un pasado vivo, que forma parte de nuestra identidad.
El Valle de Lecrín es más que un paraíso natural: es un verdadero cruce de caminos entre culturas, un testigo eterno de un tiempo en que la ciencia, el arte, la agricultura y la espiritualidad convivieron y florecieron en armonía.
Descubrir el Valle de Lecrín es, en definitiva, viajar en el tiempo y sentir que Al-Ándalus sigue latiendo en cada rincón.
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