27 marzo 2025

Cuentos y Leyendas de Cónchar

 


La leyenda del mosto dorado de Cónchar

 

En Cónchar, donde las uvas maduran al sol de septiembre y el valle se tiñe de ámbar al caer la tarde, se cuenta una historia que mezcla tradición, misterio y esperanza. Una historia que tiene lugar cada año, cuando se acerca la Fiesta del Mosto y el aire se llena de aromas dulces.

Hace muchos años, vivía en el pueblo un hombre llamado Don Pascual, viticultor de toda la vida, testarudo y silencioso. Tenía la mejor viña del barranco, pero nunca compartía su vino con nadie. Decía que solo él sabía cuándo cortar la uva y cuánto tiempo dejarla fermentar. Su mosto era famoso, pero nadie lo había probado más que él.

Una noche de enero, víspera de la fiesta, una niña del pueblo se acercó a su casa con un jarro vacío. Le pidió un poco de mosto para su madre enferma, que llevaba días sin comer. Pascual, como siempre, se negó. Pero aquella noche, algo cambió: una gran nevada cayó sobre el pueblo, una de esas que no se veían desde hacía generaciones.

A la mañana siguiente, cuando salieron a buscar leña, los vecinos encontraron la bodega de Don Pascual abierta, y en el centro, un solo barril intacto, con un brillo especial. Nadie lo había tocado. Pascual, según contaron, había desaparecido, dejando solo una nota que decía:

“Si el vino es bueno, que sirva a todos. Que endulce las penas y no se guarde en secreto.”

Aquel mosto fue repartido entre las casas, y todos coincidieron: era el más dulce que jamás habían probado. Desde entonces, cada año, durante la Fiesta del Mosto, se dice que uno de los barriles del pueblo tiene un sabor distinto, dorado, como si el espíritu de Don Pascual volviera a bendecir la cosecha con su última voluntad.

Y por eso, en Cónchar, hay una tradición que no se rompe: cuando se brinda, se mira al cielo y se dice en voz baja:

“Por el vino que se da, y por el que se queda en el alma.”

 

 

La risa del lagar (Cónchar)

Por Miguel Ángel Molina Palma

 

En Cónchar, cuando llega enero y se celebra la Fiesta del Mosto, todo el pueblo huele a uva pisada, a leña, a pan caliente y a alegría. Pero hay una historia que pocos cuentan, y que dicen que ocurrió en un año de niebla espesa y cosecha escasa.

Ese invierno, los lagares estaban casi vacíos, y los vecinos murmuraban que la fiesta tendría que suspenderse. Las viñas no habían dado mucho, y el poco mosto que había fermentaba triste.

Fue entonces cuando apareció un hombre desconocido.

Venía de paso, o eso dijo. Se llamaba Cayetano, y traía una flauta colgada del cuello, unas botas llenas de barro seco, y una sonrisa como si viniera de ver algo hermoso.

Pidió trabajo por unos días.

Lo mandaron al lagar más viejo, el de piedra, junto al barranco. Allí se ponía el sol antes que en ningún sitio.

Y allí, Cayetano se puso a tocar la flauta mientras removía el mosto.

Los vecinos, al principio, se burlaron.

—“El vino no mejora con música”, decían.

—“No, pero el alma sí”, respondió él.

Cada tarde, mientras los demás estaban en la plaza, Cayetano subía solo al lagar, y desde allí se oía una melodía dulce, saltarina, como de fiesta en miniatura.

El día de la Fiesta del Mosto, algo extraño ocurrió:

El vino que habían descartado por flojo, resultó ligero, fragante y risueño.

Uno lo probaba y le entraban ganas de reír. Otro lo probaba y se le iba la pena.

—“¿Y este de qué barrica es?”

—“Del lagar viejo… el del flautista.”

Cayetano desapareció al día siguiente.

No pidió paga.

Solo dejó su flauta apoyada en la cuba más grande.

Desde entonces, cada año, alguien la toca antes de abrir el primer tonel.

Y dicen que si ese día el mosto suena alegre al caer en la copa…

es que Cayetano ha vuelto, aunque nadie lo haya visto.

 

 

COPLA DEL FLAUTISTA Y EL MOSTO

(Para la Fiesta del Mosto en Cónchar)

 

Dicen que el mosto este año,

trae risa en cada sorbo,

porque un flautista en el campo,

le tocó coplas al mosto.

Con su flauta y su alegría,

lo removía cantando,

y el vino, que estaba triste,

se fue bailando, bailando.

¡Ay Cayetano del viento,

dinos por dónde has pasao,

que el lagar viejo del pueblo,

desde que fuiste ha cambiao!

Si en la copa hay alegría,

si el dolor se vuelve chiste,

es que vuelve cada enero...

¡el flautista que no existe!

 

 

 

 

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